Editorial

Laicos conscientes de sus responsabilidades

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Publicado en el nº 2.611 de Vida Nueva (Del 3 al 9 de mayo de 2008).

El Concilio Vaticano II puso encima de la mesa el importante papel de los laicos en el mundo y en la Iglesia. La inmensa mayoría de quienes conforman el Pueblo de Dios no son meros peones de briega, ni cristianos de segunda clase, ni, tampoco, ayudantes de los clérigos. El laico participa, al igual que el consagrado a la vida religiosa o el sacerdote, de la misma misión de la Iglesia, aunque con una responsabilidad distinta, específica. La base que a todos liga es el bautismo, por el cual todos quedamos unidos a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, participando de este triple oficio. Después vienen los ministerios, los carismas, las responsabilidades. Puestos de acuerdo en lo básico, ya es más fácil entender la misión de cada uno, por muy elemental que sea. Y en este sentido, además, el Concilio y el magisterio pontificio generado en los últimos cuarenta años es prolijo en lo que se refiere a la misión del laico en la vida de la Iglesia.

La realidad, no obstante, presenta otra cara distinta, y todavía en la Iglesia se advierte un excesivo clericalismo en muchas estructuras y actividades. Es verdad que no resultan sencillos de diluir tantos siglos de presencia clerical. La inercia es aún muy fuerte, tanto en clérigos como en laicos. Incluso en algunos ámbitos vuelve a asomar la desconfianza y se premia la adhesión incondicional más que la capacitación. Tampoco el hecho de haber considerado al laico como una simple ayuda para cuestiones de tono menor ha contribuido a su madurez. Una formación acorde a los tiempos que vivimos, el sano propósito de una participación eclesial incluyente y no excluyente, así como una sincera y clara visión (alejada de miradas paternalistas que mantienen en una acomodaticia minoría de edad) de la misión del seglar en el mundo y en la Iglesia podrán ayudar a muchos a entender su importante papel, pese a que tanto entre los clérigos como en muchos movimientos laicales se intuya aún un laicado infantil. Una formación seria y responsable, donde se faciliten tanto la reflexión como la toma de conciencia de los laicos sobre sus deberes y responsabilidades, puede servir de revulsivo.

Es verdad que se están haciendo serios intentos. Desde la Vida Consagrada han surgido grupos de laicos que, siguiendo el carisma de la congregación, buscan una mayor presencia. Son muchos los esfuerzos, pero, aún, escasos los resultados. El 20º aniversario de la exhortación Christifideles Laici que celebramos este año puede -y debería-servir para modificar esta realidad preocupante. La catequesis, la caridad, la formación, el testimonio en el mundo de la cultura, la educación, incluso en la liturgia, son campos que no debieran abandonarse sólo en manos de los clérigos. Estaríamos faltando a algo fundamental en la vida de la Iglesia, que está formada por bautizados con carismas y ministerios distintos que sirvan todos para la unidad.

Vida Nueva, como ya ha hecho con los obispos, y hará con los religiosos y los sacerdotes, hace en este número una aproximación en su Pliego a los laicos ante el el Día del Apostolado Seglar. Ojalá sirva para que el gigante comience a despertar.