Editorial

La pastoral y misericordia

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Una pastoral atravesada por la misericordia no sería tan novedosa en las prácticas como en la actitud de los pastores. Más que en las manos, la misericordia actúa en el corazón que gobierna las manos.

Ese gobierno del corazón impone como expresión la compasión, ese sentir con los débiles y sufrientes, afirmó el padre Alberto Camargo en nuestro último conversatorio y dio una medida abrumadora para esa compasión misericordiosa: hacer con los otros lo que Dios hace con nosotros; tal la naturaleza e intensidad de la misericordia.

Las acciones pastorales, la administración de los sacramentos, el ejercicio del culto, las relaciones con las personas formalmente no cambiarían, pero sí la actitud, que alteraría la mirada, por ejemplo.

Otra será la mirada, continúa Camargo, sobre la naturaleza que, de ser objeto e instrumento, se elevará a la categoría de hermana; un cambio en el que se nos adelantaron los indígenas desde muchas generaciones atrás, al hablar de la naturaleza como madre, esposa y hermana.

La misericordia también cambia la mirada sobre lo social y deja atrás el primitivo impulso de la beneficencia, que resulta renovado y fortalecido por la exigencia de la justicia.

Esta fuerza renovadora de la misericordia, que cambia la mirada sobre los ofensores, es una necesidad para Colombia en estos momentos en que debe crearse y respirarse un ambiente de reconciliación y perdón, frutos de la misericordia.

Con una sabia dosis de realismo, la teóloga Susana Becerra planteó en el conversatorio el hecho real del marco en que se moverá la misericordia. ¿Cuál es su papel, preguntó, en una sociedad en que la violencia contra la mujer se ha vuelto parte del paisaje? También es parte de la cotidianidad la violencia múltiple de unos contra otros, en las ciudades y en el campo. ¿Cuál debería ser el papel de la misericordia en una sociedad que produce tan altos niveles de violencia?

No es sana la simbiosis del ofensor con la ofensa

Es un papel a la vez indispensable y difícil porque supone un cambio del corazón.

Puede ser que las formas externas de la pastoral se mantengan inalteradas; pero será, en cambio, indispensable el objetivo de cambiar los corazones, que es otra manera de hablar de la conversión. No serán tan importantes los receptores de sacramentos como los convertidos.

La sicóloga Paula Monroy, dedicada a las tareas de reconciliación y perdón, propuso el tema en el conversatorio: la religión es fecunda, con misericordia; sin ella, es una actividad estéril; para concluir que un día pastoral con misericordia es un día pleno, es el día de Dios; sin misericordia el ejercicio pastoral es estéril.

Al repasar todas estas ideas es inevitable pensar si fue posible, en algún momento, una pastoral sin misericordia. Pudo ser una pastoral dominada por una justicia fría, apoyada en cánones y mandamientos, concentrada en el pecado y descuidada con el pecador. La misericordia enseñaría a mirar con los ojos del pecador. No es sana, en efecto, la simbiosis del ofensor con la ofensa porque pierde de vista el elemento común del ofensor con el resto de los humanos y, por tanto, el punto de partida para la reconciliación y el perdón, que es saber que tanto ofensores como ofendidos, somos seres humanos capaces de equivocarnos.

De los asistentes al conversatorio provino la pregunta: ¿estamos acaso ante el post-cristianismo? Eran de tal magnitud los cambios que podían imaginarse. Pero no es otro cristianismo el que generaría la misericordia, sino otra Iglesia, que siempre es posible. A lo largo de siglos ha estado viva la conciencia de la Iglesia, siempre renovable. Es parte de su dinamismo.

No se podría generalizar que hubo una pastoral sin misericordia: lo que sí se puede afirmar es que una pastoral con misericordia hace de esa gestión algo muy parecido a lo que Dios hace con nosotros. Y esa es la pastoral que siempre debió ser.