Editorial

La pastoral de la paz

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Los tres obispos que en diciembre de 2010 recibieron el Premio Nacional de Paz, representaron en ese momento una de las actividades que la Iglesia colombiana adelanta con mayor discreción y entrega: la pastoral de la paz.

No siempre ha sido bien recibida su presencia en el proceso. A veces la guerrilla la ha rechazado con desconfianza; el gobierno, otras veces, la ha sentido inoportuna, en la opinión pública se la ha visto como ingenua o ha creído encontrar en su actividad interés proselitista o una actuación inútil.

Pero la Iglesia ha estado ahí, con distintas formas de presencia que en esa premiación se hicieron evidentes.

A monseñor Nel Beltrán, invitado por el presidente Belisario Betancur, lo vieron y escucharon en la Comisión de Paz en 1984, como una presencia y una voz que le conferían peso moral a la entidad creada por el gobierno nacional. Después animaría la aparición del grupo Santville, de altas personalidades dedicadas al estudio del tema de la paz. Monseñor Beltrán fue, además, uno de los promotores de la propuesta hecha a los candidatos presidenciales en 2010 sobre los Ocho mínimos para la paz, que recogía las voces de 15.000 dirigentes de 130 municipios.

Cuando la Iglesia trabaja por la paz lo hace así: acompaña, promueve, aporta su visión, vive la suerte y las expectativas de los hombres.

Otro de los premiados en esa sesión fue monseñor Leonardo Gómez Serna, obispo de Magangué. Los colombianos lo habían visto aplicado en las gestiones para la liberación del sargento Pablo Emilio Moncayo.

Se movió en silencio, infundió confianza y seguridad como agente eficaz ante la guerrilla, hasta ser testigo y garante de la liberación del policía. La suya ha sido una de las voces que han estimulado la iniciativa del presidente Santos para adelantar su proyecto de restitución de tierras y de reparación a las víctimas.

Son acciones de solidaridad, de apoyo moral, que la Iglesia multiplica en favor de las víctimas, en obediencia al mandato evangélico de estar preferentemente al lado de los pobres y de los que sufren. Porque sabe que no puede ser así, asume ese papel en un proceso de paz. Es su política, o sea, la proyección de su mensaje solidario y comprometido hacia la sociedad.

A monseñor Luis Augusto Castro lo vio el país empeñado en la liberación de los 60 militares que habían sido secuestrados por la guerrilla en las Delicias en 1997. Cada uno de esos 60 hombres hoy da fe de la gestión eficaz de este obispo que con acciones como esta y con su palabra, ha impulsado el avance del país hacia la paz.

La probada credibilidad de la Iglesia colombiana tiene que ver con ese avance. En esta edición publicamos el decidido apoyo del presidente de la Conferencia Episcopal a la política de paz del presidente Santos. Son obispos que aportan lo suyo sin esperar recompensa y sin ponerle límites a su colaboración.

A comienzos de 2010 apareció en los medios de comunicación otra figura episcopal, la del obispo de Montería, monseñor Julio César Vidal, En el centro de una polémica cuando hizo oír la voz de las Bandas Criminales, puso la nota del realismo cristiano al afirmar “si no se llega a una concertación será imposible la solución del problema de las Bacrim”.

En 2002 había propiciado los diálogos con los grupos de paramilitares, ahora, guiado por su espíritu de pastor se ocupó del grupo humano más rechazado por la sociedad: “empecé a hacer esto sin autorización del presidente porque es una labor pastoral, luchar para que la gente que está caminando mal se enderece. Ese también es el papel de los obispos”.

Que es radicalmente distinto del que cumplen los políticos, los diplomáticos, los militares o los gobernantes. Es la presencia de Dios en la turbia historia que escribimos, o sea la acción de la misericordia. VNC