Editorial

La Blasfemia

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Román Ostriakov fue detenido por la policía italiana cuando robaba un poco de queso y de salchicha en un supermercado. Llevado ante un tribunal fue absuelto porque, dice la sentencia, “tomó el alimento ante la necesidad mediata y esencial del sustento”.

“Ese tribunal favoreció la supervivencia por encima de la propiedad”, comentó el New York Times al observar que en Estados Unidos eso sería una blasfemia.

Cuando la propiedad se mira como algo sagrado cabe la calificación de blasfemia para la sentencia del tribunal italiano que osó darle prioridad a la supervivencia de un hambriento.

Los moralistas y penalistas coincidían en llamar “robo famélico” al que se hace por la contundente razón del hambre y que ellos miraban y clasificaban con una indulgente comprensión. Para ellos lo sagrado no es la propiedad sino el ser humano.

Parecen entrar en colisión dos derechos: el de una persona a alimentarse y el de la propiedad privada, y así lo vieron los policías italianos que apresaron al hambriento. Para esos policías el derecho a la propiedad prevalecía.

El tribunal le reconoció prioridad al hambriento; pero en una situación ideal, los dos derechos deben complementarse. Sin embargo, no se complementan sino que entran en pugna porque el hambriento, como los judíos perseguidos por los nazis, “solo es un hombre que no es más que un hombre que ha perdido las calidades que permiten a otras personas tratarlo como un igual”, según la expresión de Hannah Arendt. Puesto que se los ve como sub-humanos poco importa si tienen alimento o si mueren de hambre. Tales son los términos a que se reduce la disputa por el robo de un queso y una salchicha.

En una sociedad que, indiferente, arroja alimentos a la basura en cantidades que podrían resolver el problema del hambre en el mundo esta y otras injusticias son posibles porque la humanidad se equivoca de culto y preferir a un humano y no a la propiedad de las cosas es una blasfemia.