EDITORIAL VIDA NUEVA | “Habemus Papam”. Jorge Mario Bergoglio, cardenal arzobispo de Buenos Aires. El Papa que debe abordar la renovación de la Iglesia, sobre todo en lo que atañe a la Curia y a algunos escándalos; el que tendrá que continuar con la nueva evangelización y ofrecer esperanza a un mundo cansado y agobiado. Y su primera decisión ha sido determinante. ¡Se llamará Francisco! Como el poverello, el mismo que tuvo problemas con la jerarquía de su tiempo y propuso una renovación desde la pobreza y desde lo esencial.
Un nombre, el de Francisco, que ha acompañado con gestos y palabras en sus primeros días como pontífice. De hecho, en cada acto público nos ha dado una lección. Nada más asomarse al balcón, para presentarse al mundo, comenzó a rezar con todos los que abarrotaban la Plaza de San Pedro e imploró la oración de los fieles. Oración y comunión con la grey que pastorea en Roma.
La segunda tuvo lugar en la Capilla Sixtina en su primera misa como papa ante los cardenales. Allí les recordó la importancia del movimiento, caminar y edificar, y de basarlo en la fe, confesar. Recordó, además, que hay que mantener siempre presente la cruz de Cristo, pues sin ella la Iglesia no sería más que una institución benéfica. No hay que olvidar la cruz de Cristo.
La tercera lección la ofreció ante los periodistas, a los que invitó a comunicar la belleza, en línea con lo que había manifestado durante su etapa como arzobispo de Buenos Aires, y donde dijo que le gustaría “una Iglesia pobre y para los pobres”. Allí, en el Aula Pablo VI, abarrotada, se inclinó y oró en vez de impartir su bendición en señal de respeto a los creyentes de otras religiones y a agnósticos o no creyentes. Respeto y diálogo con los otros.
Todas las lecciones del papa Francisco
vuelven a lo esencial:
la fe, la esperanza y la caridad.
Lecciones que no están huérfanas de gestos.
Llegó el domingo y su primer Angelus. Desde la ventana de los apartamentos papales, repitió varias veces, y con fuerza, que Dios no se cansa de perdonar, que su miseriocordia es infinita. Un mensaje de esperanza para aquellos que creen que todo está perdido, que no hay horizonte. “No oímos las palabras de desprecio, no oímos palabras de condena, sino solo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión”, afirmó.
La cuarta lección: misericordia y no condena. Amor y comprensión, en definitiva. Y en la misa de inicio de pontificado ofreció nuevas enseñanzas, que seguro serán continuas a lo largo de su ministerio. En la Plaza de San Pedro habló de poder, servicio y, nuevamente, de la cruz. “El verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz”, dijo.
Son todas ellas lecciones que vuelven a lo esencial: la fe, la esperanza y la caridad. Cuatro lecciones que no están huérfanas de gestos. Y es que Francisco es un papa que tiene muchos gestos significativos, gestos que han sido una constante en toda su vida. Por eso, y por su opción por los más pobres, ha renunciado a cierto boato y también al coche oficial, se ha presentado como un servidor más de la Iglesia y de Cristo, se ha acercado, saltándose el protocolo y las medidas de seguridad, a los fieles que pastorea e, incluso, ha levantado el teléfono para llamar, él mismo, al prepósito de la Compañía de Jesús o a su quiosquero en Buenos Aires para que no le lleve más el periódico a casa.
“Ha llegado un estilo nuevo al papado”, decía el portavoz vaticano, Federico Lombardi. Cierto, ha llegado un hombre que está interpelando, con sus palabras y obras, a creyentes y no creyentes. Que en pocos días ha conseguido ilusionar a muchos. Un hombre que, con valentía, nos está mostrando un camino a seguir, completamente diferente al que nos propone la cultura de hoy.
Ahora nos toca a nosotros fiarnos y acompañar a nuestro pastor, porque la tarea de la Iglesia sigue siendo de todos. Bienvenido, Francisco.
En el nº 2.841 de Vida Nueva. Del 23 de marzo al 5 de abril de 2013