Editorial

Francisco propone un negocio

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Pareció una observación menor, puramente circunstancial, la del Papa cuando, refiriéndose al episodio de los mercaderes arrojados del templo, expresó su repudio por la práctica pastoral de cobrar por la administración de los sacramentos. Sin agua en la boca, Francisco habló de mercenarios en las curias y parroquias. Antes la palabra era simonía.

Y, como sucede cuando sobre realidades viejas alguien descarga una luz nueva, aparecieron las preguntas: si no se cobra por los sacramentos, ¿de qué van a vivir los sacerdotes? Hasta ahora ha sido una práctica legitimada por las regulaciones diocesanas que autorizaban sumas determinadas si el funeral o el matrimonio o el bautismo eran con coros o con diáconos o con adornos florales, etc. Habría, sí, buen cuidado para corregir el lenguaje del feligrés que llamaba a las cosas por su nombre: “¿Cuánto me vale una misa?”, “¿Cuánto me cuesta la misa con orquesta para mi matrimonio?”. El lenguaje correcto hablaba de estipendio, limosna, contribución, no de paga por.

Pero en la conciencia de los fieles la realidad se ha impuesto sobre las palabras. Como en los tiempos de la reforma luterana con las indulgencias, ahora la salvación parecía depender de quien tuviera el dinero para pagar la misa por su muerto o, si el dinero era abundante, las decenas de misas gregorianas. La protesta del Papa contra estas prácticas ha dejado sobre la conciencia de los pastores el problema por resolver: la subsistencia de los sacerdotes.

La vieja práctica –tan antigua como la Biblia– de los diezmos parece anacrónica y vigente solo entre algunas denominaciones cristianas y protestantes, y de muy escasa aplicación entre católicos. ¿Reviviría el diezmo como solución?

¿Propone el Papa cambios radicales en la estructura económica de la pastoral parroquial?

Otra propuesta que ya se escucha es la del fondo voluntario con el que la comunidad parroquial sostiene a los sacerdotes que la sirven. Dicho con crudeza, el sacerdote viviría de la caridad de su feligresía. ¿Alguien se ruboriza ante esta propuesta?

 Son propuestas que suponen la existencia de una realidad anterior: la actividad de una comunidad de fe que va más allá de lo circunstancial de los actos de culto, e inspirada en el ejemplo de las comunidades de los tiempos primitivos cuando se ponían los bienes en común y provocaban en los extraños la exclamación de admiración: “ved cómo se aman”. 

Pensar en una Iglesia así, escándalo de generosidad y de amor fraterno, significaría una revolución a partir de un hecho aparentemente secundario: ¿cómo sostener económicamente a los sacerdotes?

Aún queda por considerar otra propuesta: el trabajo remunerado de los sacerdotes, que puede revestir formas diversas: desde el que dicta clases en un colegio o universidad, el conferencista en temas en que se ha especializado; el que conduce un taxi, el que trabaja como obrero en una fábrica o como periodista, o como uno más dentro de la amplia diversidad de trabajos posibles. En su momento, la intuición pastoral de los sacerdotes obreros en Francia, más que aceptada, fue rechazada. Probablemente, hoy sería más comprendida, porque entre el sacerdote que vive de los estipendios por los sacramentos y el que se sostiene con un trabajo secular, este aparece como ejemplar y digno de apoyo. Su ejercicio pastoral tendría una mayor credibilidad porque estaría más cercano a la feligresía y enriquecido por esa cercanía.

Entre un sacerdote que vive de los sacramentos y el que vive del trabajo de sus manos, los fieles saben a quién creerle

En todo caso, la observación del Papa, que muchos habrán sentido como suya, parece dirigida a la promoción de unos cambios radicales en la estructura de la pastoral parroquial. De abrirse paso esta propuesta logrará una Iglesia más pobre y menos dependiente del dinero, objetivo conforme con los muy repetidos clamores del Papa contra el culto al dinero; también sobrevendrían una Iglesia y unos sacerdotes de vida austera en un siglo en que la riqueza y la ostentación se han vuelto signos de corrupción. Agréguese a estas consecuencias la de la credibilidad que merecen las causas, instituciones y personas que son independientes.

Es de prever, en efecto, un aumento de la influencia de una Iglesia que se ve y es libre, sin lazos que la aten a los poderosos y príncipes de este mundo.

El Papa acaba de dar la clave para un buen negocio que se hace sin dinero.