EDITORIAL VIDA NUEVA | Las palabras del papa Benedicto XVI pronunciadas en el VII Encuentro Mundial de las Familias, celebrado del 30 de mayo al 3 de junio en Milán, constituyen una reflexión hermosa y atractiva, si se suman las que dirigió ante diversos auditorios y en ámbitos distintos.
Especialmente merece la pena releer la homilía de la Misa de clausura, en el Parque Bresso, ante un auditorio formado por más de un millón de personas, que había ido llegando ya a la instalaciones acotadas durante la víspera para participar en la Vigilia o Fiesta de la Esperanza, uno de los actos más hermosos de este encuentro.
Ese texto papal, pronunciado en la solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, constituye una magnífica catequesis que, sin lugar a dudas, bien podría servir de esquema base para los temas a tratar pastoralmente en una adecuada preparación al matrimonio.
Una catequesis no de estilo apologético, grandilocuente y con latiguillos al uso, sino propositiva y con mucho de mano tendida para invitar a vivir un amor con hondura en el matrimonio y en la familia. Como quien dice: así entendemos en cristiano la familia, esto merece la pena, os animamos a asumir ese compromiso, con ese espíritu, con ese talante.
Todo ello sin desconocer, por supuesto, las dificultades y la complejidad de la temática tratada, pues, por lo que explicita y por lo que sugiere, no le ha faltado precisamente realismo a las palabras del Papa.
Amarse en el matrimonio, amarse
en la familia, debe conducir a
ser mejores también con los demás, a ser
capaces de amar igualmente a los otros,
porque el amor verdadero es difusivo.
La propuesta de Benedicto XVI pone el acento en lo esencial, en la persona como valor fundamental, sin el cual los demás valores no existen, en el amor con mayúsculas, no circunscrito al ámbito cerrado de la pareja y los hijos, sino que transciende por su propia fuerza hacia los otros y se concreta luego en compromisos de solidaridad y de justicia.
Amarse en el matrimonio, amarse en la familia, debe conducir a ser mejores también con los demás, a ser capaces de amar igualmente a los otros, porque el amor verdadero es difusivo.
Se nos está proponiendo de esta manera un estilo de familia abierta y comprometida. ¡Qué cierto es esto, en el actual y sombrío contexto de crisis generalizada, al que el Papa también ha aludido, cuando comprobamos que muchas familias están hoy siendo el mejor sostén de la persona, de sus propios miembros y, con frecuencia, de familiares y cercanos!
Esa misma apuesta por la persona lleva a Benedicto XVI a expresar palabras de comprensión y finura pastorales ante la situación de los divorciados, a poner el acento en una educación de los hijos en valores, que no olvida lo que cualquier buen tratado de psicología del desarrollo recomendaría, o a dedicar un recuerdo entrañable a su propia familia.
La vida es como la leemos, desde nuestras experiencias y proyectos, problemas y esperanzas. La lectura que nos ha ofrecido el Papa sobre la familia, el amor y la persona es una lectura con fuerza para dar sentido a la vida.
Por ello también invitó el Pontífice, en otro momento de su estancia en Milán, esta vez en un discurso ante representantes de la cosa pública, a que se reconozca la identidad propia de la familia y a que se respeten sus derechos con leyes que busquen el bien común.
En el nº 2.804 de Vida Nueva. Del 9 al 15 de junio de 2012.