Publicado en el nº 2.717 de Vida Nueva (del 24 al 30 de julio de 2010).
Son cada vez más las personas que, aprovechando el período de vacaciones, se desplazan a zonas turísticas para el merecido descanso. La Iglesia ofrece respuesta a estas situaciones. No sólo desde las propias diócesis, que aumentan las celebraciones en lugares de playa, montaña o culturales. También desde la Conferencia Episcopal se aborda esta modalidad de Ocio y Tiempo Libre. Es un tiempo adecuado para una pastoral distinta a la ordinaria. Los responsables diocesanos tienen en sus manos la posibilidad, no sólo de aumentar el número de celebraciones eucarísticas, sino también de cuidar de la calidad de las mismas. El esmero de la homilía, el cuidado de los cantos de la celebración y la creación de espacios para el silencio y la oración son necesarios. Cada vez son más las personas que en estos días buscan lugares de silencio y oración.
Pero, además, hace falta una mayor disposición de tiempo por parte de los agentes de pastoral, sacerdotes incluidos, para escuchar a personas que, quizá desde el anonimato, se acercan para la consulta, el consejo o para celebrar el sacramento de la penitencia. La atención a los niños, adolescentes y jóvenes, sin el descuido de los mayores, puede ser un reto para estos espacios veraniegos. Si durante el curso es el tiempo lo que falta, en verano es el tiempo lo que sobra. Aprovechar estos espacios es una forma de evangelizar en el momento. La acogida al forastero, la hospitalidad, tan arraigada en las páginas bíblicas, pero también la apertura a otros modelos. En verano se coincide con muchas clases de cristianos. El intercambio de experiencias es un paso para abrir la mente de muchos de ellos, demasiado encerrados en sus propios lugares.
Y todo esto sin olvidar la solidaridad que, en momentos de crisis, nos llama a una dinámica de fraterna consideración para con los que en estos días, sin trabajo ni recursos, viven en dificultades.
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