Editorial

El milagro de verdad

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Los promotores de las causas de los santos tienen, entre sus objetivos o metas de trabajo, alentar las oraciones dirigidas al candidato a santo, como punto de partida para la realización de milagros.

De acuerdo con una convicción común, cuando hay milagros hay canonizaciones. La movilización alrededor de la reliquia de Juan Pablo II es parte exitosa de esa operación.
Sin embargo, los santos valen más por su ejemplo de vida que por los milagros, y así lo creyó el propio Juan Pablo II cuando beatificó a la india iroquesa conversa Kateri Tekakwitha, sin un solo milagro. Las virtudes heroicas son milagros en acción que la Iglesia destacó desde los primeros siglos, como encarnaciones de la palabra evangélica.
Aquella fue una pedagogía acertada que contó como inspiración para la reforma de 1983 cuando se redujo a uno el número de milagros exigido para una canonización. Fue esa reforma la que permitió a Juan Pablo II emprender esa febril carrera de canonizaciones con las que el pontífice quiso revelar ante el mundo los frutos concretos de la acción de la Iglesia al anunciar el evangelio. Mientras el mundo ostentaba sus héroes de la ciencia, de la tecnología, de las letras, del deporte o de la democracia, la Iglesia proclamó la extensa nómina de sus héroes en aquella carrera de canonizaciones.
En ese proceso y en la aplicación de aquella pedagogía debía perder importancia el argumento del milagro. Los milagros maravillan, mientras las virtudes invitan a la imitación. El milagro estimula los sentidos y conmueve la razón, el ejemplo de virtud logra su objetivo cuando impone el cambio de la vida. Detrás de un milagro puede haber, no la acción de Dios sino un diagnóstico equivocado, una causa no detectada por los médicos, una etapa superada de la ciencia médica. Según el jesuita Kurt Peter Gumpel, funcionario de la congregación para la causa de los santos “cada vez es más difícil asegurar con precisión qué es un hecho que va más allá de las leyes de la naturaleza”, que es la definición de milagro. Por eso “muchos de los supuestos milagros de siglos pasados no se aceptarían hoy”, concluye el especialista Kennet Woodward al cabo de una investigación sobre el tema. Y sin embargo, esos milagros fueron alegados como argumentos para probar la santidad de alguien. Esa frágil prueba crea “una indecorosa dependencia de la profesión médica”, oyó decir el mismo autor.
Además, esa insistencia obstinada en el milagro es una forma de racionalización. Si el candidato a santo puede hacer esto (una curación u otro prodigio cualquiera) es porque Dios todopoderoso actuó a través de él, luego…. Así, los asuntos de Dios, caen en manos de comités de científicos y caben en los límites estrechos de un silogismo.
Las filas de devotos que querían ver el relicario del beato, eran la primera parte de ese silogismo.
A Juan Pablo II le hubiera gustado más su procedimiento de beatificación de la india iroquesa, porque la virtud mantenida y cultivada a lo largo de toda la vida es el verdadero milagro. VNC