Editorial

El legionario protegido

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El Papa quiere darle a entender al mundo que la Iglesia habla en serio cuando se propone ser un ejemplo de prevención y cuidado para ponerle fin a los casos de pederastia por parte de sacerdotes. Y ha dado a los obispos del mundo un plazo de un año para que elaboren las guías o normas de su doble acción: una, la prevención de estos delitos y dos, la de las normas disciplinarias y de colaboración con las autoridades para sancionar severamente estas conductas.

Al comentar la decisión papal, un funcionario de la Santa Sede afirmó que “esto va más allá de lo que se hizo antes”.
Y es cierto, antes se había hecho tan poco que se dio la apariencia de una complicidad institucional con los delincuentes.
En América Latina el caso más patente y escandaloso es el del fundador y superior de la Legión de Cristo, el sacerdote Marcel Maciel. Mientras en Roma una inmensa muchedumbre aplaudía la beatificación de Juan Pablo II, en México, con un gesto de extrañeza, se ha formulado públicamente la pregunta sobre la aparente protección que este Papa le dispensó al cuestionado  sacerdote mexicano. Junto con la pregunta hecha en todas las formas, se han publicado reveladores documentos que sustentan la extrañeza y la protesta. Además de dos libros que aparecen en todas las librerías y kioscos, hay programas de televisión y amplia información sobre el caso Maciel en los principales periódicos.
Se trata de un caso que ya era conocido en 1956 cuando este sacerdote fue suspendido a solicitud del obispo de Cuernavaca, monseñor Sergio Méndez Arceo y del cardenal Arzobispo de México, monseñor Miguel Darío Miranda. La carta en que el padre Maciel acata la autoridad eclesiástica que lo sanciona, es uno de los documentos conocidos y comentados por la opinión pública en México. A esa carta se agrega en el paquete de documentos, 212 legajos,  el perfil sicológico de Maciel, preparado para las  autoridades del Vaticano, por el sacerdote Gregorio Lemercier, creador del centro sicoanalítico Emaus, para los monasterios benedictinos.
Según ese documento se trata de un homosexual sicológico, megalómano, mitómano y mentiroso, para quien el fin justifica los medios, de poder seductor y falta absoluta de conciencia.  El informe incluye el testimonio de un sacerdote que fue secretario particular de Maciel y revela los abusos en menores, actos sodomíticos y  la enfermiza drogadicción del sacerdote. Esta acusación aparece documentada por el farmacéutico Manuel de Castro Pérez, quien detalla la  adicción de Marcial por la morfina.
Llegado al pontificado, Juan Pablo II  recibió el 8 de diciembre de 1997 una carta en que las víctimas de Maciel dieron cuenta de sus abusos. Esas quejas tuvieron eco el primero de mayo de 2010 cuando se produjo la condena por “los gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos del padre Maciel que manifiestan una vida carente de escrúpulos y de genuino sentimiento religioso”. Había pasado más de medio siglo después de la primera sanción. ¿Por qué la tardanza?
La carta de Maciel en 1956 ofrece un dato revelador: acusado por delitos sexuales, dedica buena parte del documento a la descripción detallada de las propiedades de su Legión: Colegios en Roma y en México, iglesias, seminarios y concluye con una advertencia: “suspendido de mi cargo no podré controlar la adquisición de  fondos y la administración”. ¿Utilizaba la descripción de esos bienes y dineros como escudo protector?  ¿O fue la multiplicación de sus legionarios una explicación de la impunidad escandalosa de que disfrutó?
Son preguntas que merecen y que seguramente tienen una respuesta, y a ella tienen derecho todos los que temen que el escándalo Maciel sea una nube oscura en el ascenso de Juan Pablo II  a los altares. VNC