EDITORIAL VIDA NUEVA | La Pascua vuelve; mejor, la Pascua se renueva. Más que volver, es renovarse, volver a empezar. Y la Iglesia, sujeta al tiempo y al espacio, caminante en la Historia con el gran regalo de la Pascua ardiendo en su corazón y palpitando en sus manos, sigue renovándola en cada momento.
Y cada año vuelve a ponerla sobre la mesa cuando asoma la primavera. Pascua es la renovación del Amor que se entrega en la atardecida de Jueves Santo; que se entrega aún más en el amanecer del dolor y muerte de Viernes Santo; que se entrega en lo más profundo y silencioso de la tierra, en la espesura del Sábado Santo; pero que, al fin, se entrega, hecha vida, al amanecer del primer día de la semana.
Jueves, adelanto de la entrega
Y el Amor se adelanta. Nos amó, incluso antes de pecar. No se trata del amor compensación por haber caído, sino del amor oblativo que da sin esperar a cambio nada. Y el Señor, el Amor que se vino a vivir con nosotros en la carne de la Historia, se mete en lo profundo, se abaja, se anodada, para mirar a todos desde abajo, desde su propia miseria. El servicio del lavatorio y el mandamiento del amor no tienen otro fin que ese: la entrega generosa. De ahí nace la Eucaristía; y el sacerdocio.
Es una misma fuente: presencia del Amor rompiendo moldes de espacio y tiempo. En memoria mía; en ausencia mía, esta es mi presencia. Esos juegos de palabras del Señor para afianzarnos en su amor. Es el amor a los últimos y a los más pobres lo que hace presente al Señor Jesús. Y Jueves Santo es ese primer paso del amor entregado.
Viernes Santo, la total entrega
Amor que no se conforma con dar tiempo, sueños, dinero, trabajo, bienes, sino amor que se da, que se ofrece, que se vacía, que se derrama, que se regala. Ese amor es fundante y fundamental. Entra en la dinámica de la muerte porque ha de dar vida. Ha entregado su cuerpo entero para entender a quienes sufren violencia y horror. No puede entenderse la muerte si no hay muerte auténtica.
El martirio es la flor de ese amor entregado. El martirio no es ficción, ni suicidio, sino amor al colmo, como la entrega de Jesús en el Gólgota. Es un Viernes de victoria, porque solo el amor, ya asimiliado y metido en los tuétanos, es capaz de dar sentido al dolor y al sufrimiento. Varón de Dolores. Ecce Homo. Cruz verdecida. Y en ella el perdón al enemigo, al que no sabe lo que hace, al que hay que justificar. No se puede nada más. Es la hora de la total kénosis que lleva al silencio espeso y preñado de luz en sus entrañas.
Sábado Santo, en la espera con María
Es la espera tensa con María, pero con una pizca de esperanza que nos alienta. Ha quedado un resto para mantener viva la esperanza. Un sepulcro nuevo. Nunca tuvo tan adentro al sol la tierra. Y es esa espera de Sábado Santo la que viven muchos hermanos, cuando se apagan las luces, cuando se abren las heridas, cuando no hay horizonte. Es una espera certera en la Pascua que comenzamos ya a vivir, a renovar una vez más, con la certeza de la luz. Y seguiremos celebrando la Pascua gozosa en cada instante de la vida.
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En el nº 2.890 de Vida Nueva