Editorial

EDITORIAL – Entre muros y puentes

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Oriente- Occidente, dos mundos culturalmente distintos. Capitalismo- comunismo, dos sistemas opuestos. Francisco-Trump, dos miradas sobre la humanidad muy distintas.

En medio de los aplausos y las protestas por la victoria electoral de Donald Trump como presidente de la potencia económica y bélica más grande de Occidente, se levantó la voz del episcopado de Estados Unidos. Con la firma de Joseph E. Kurtz, arzobispo de Louisville y presidente de este episcopado hasta hace poco, llegó a oídos del presidente electo el mensaje: “ahora es el momento para avanzar hacia la responsabilidad del gobierno para el bien común”.

Mientras Trump quiere construir muros,
el papa Francisco sigue hablando de tender puentes

 

También el Papa recibió la noticia de esa elección con preocupación. “No juzgo sus políticas, pero quiero entender el sufrimiento que puede causar a los pobres y excluidos”, dijo en una nueva entrevista a Eugenio Scalfari, director del diario La Repubblica. Para la Iglesia hay prioridades claras. Cuantos han comentado la elección de Trump han manifestado su preocupación por el impacto del magnate sobre la economía mundial; se ha repetido el temor por el uso que hará del botón nuclear y por el futuro de los tratados de libre comercio y el de las relaciones internacionales, que son temores válidos; pero el primer pensamiento de la Iglesia ha sido sobre qué pasará con los pobres.

Es que frente a la forma de pensar de Trump, que quiere construir muros para que los inmigrantes ilegales dejen de entrar a su país, el papa Francisco, habla de salir al encuentro, de salir a las periferias, de construir puentes.

La tentación de compararlos es muy fuerte. Dos personalidades con perfiles nítidos y bien diferenciados, pero que, quizás lo único que tengan en común sea el inmenso peso de ambos en el escenario internacional.

Es que la aparición de un personaje como Francisco ha abierto una puerta nueva: el Papa muestra que el poder como servicio no es una utopía sino una herramienta eficaz, masivamente aprobada y valorada. Con este testimonio, ningún gobernante contemporáneo se atrevería a decir que el poder no es un servicio al bien común sino un atributo que se posee para imponer la propia voluntad y dominar a los demás.