Estamos ante una gran oportunidad: tiempo extra, para nosotros y para los otros
VIDA NUEVA | Suele darse, en muchas personas, la sensación de desasosiego al concluir sus vacaciones de verano. No tanto por tener que reincorporarse al puesto de trabajo (bendita oportunidad en estos tiempos), sino por pensar que no se han aprovechado como se hubiesen querido los principales días de asueto y descanso del año.
Por eso, en Vida Nueva, publicamos todos los años por estas fechas un Pliego de actividades de verano con el fin de que usted, querido lector, tenga a su disposición una amplia variedad de opciones para tener un verano diferente, realmente nutritivo para la interioridad. Porque, si el buen verano es aquel que se vive conociendo nuevos parajes o pasando en el propio más tiempo con familia y amigos, también puede serlo destinando algo de ese horario extra a cultivar el yo íntimo.
Algo que entronca, para los que así lo sientan, en la mayor disponibilidad de ahondar en la relación personal con Dios. Peregrinaciones, cursos, convivencias, campamentos, ejercicios espirituales, acciones solidarias… La oferta es inmensa. Con el fin de propiciar una buena elección, en nuestras páginas se ofrece buena parte de esas opciones. Si alguien descubre aquí una iniciativa que, al terminar el período estival, considera que ha contribuido a su mayor felicidad, el esfuerzo habrá merecido la pena.
Porque, al fin y al cabo, de eso se trata. Un objetivo esencial de la vida es tratar de ser felices. Por ello, atrapados muchas veces en un estilo de vida que nos ancla a esclavitudes rutinarias (y no solo hablamos del aspecto laboral), conviene no desechar la oportunidad que nos conceden unas vacaciones prolongadas. En nuestras sociedades occidentales, aunque puede resultar paradójico o pese a que muchos no reparen en ello, esto se eleva a la categoría de reto. Urge una profunda pedagogía del ocio, alejada del mero consumo (también de sensaciones fugaces, por mucho que sean aparentemente satisfactorias).
Así, llega un momento en el que, rodeados de un sinfín de ofertas de ocio (todas ellas ligadas a esa dinámica consumista, muchas veces de tecnología)… no sabemos qué hacer. Es ahí donde entran en juego estas otras opciones que aquí recogemos. O, acaso, ¿deja indiferente la experiencia de poder acompañar a personas que atraviesan graves situaciones de dificultad y que ni siquiera pueden plantearse la posibilidad de tener que elegir qué hacer con su tiempo libre, sencillamente, porque son esclavas de circunstancias como la droga o la marginalidad?
Al concluir el verano y recordar lo que hemos hecho, ¿puede quedar como una experiencia más aquella por la que se ha compartido un hondo camino de fe, en comunidad, ya sea en una peregrinación o en una tanda de ejercicios? ¿Caen en saco roto los conocimientos aprendidos y vividos en un curso cuya materia nos interpela?
Nuestro día a día va muy deprisa. A veces, incluso, diríamos que nos devora. Ahora estamos ante una gran oportunidad: tiempo extra, para nosotros. Para vivir con los otros. Para pararnos y observar con perspectiva hacia dónde nos encaminamos, cómo alimentamos nuestra rutina junto a los nuestros. Es un verano como cualquier otro. Pero puede ser diferente.
En el nº 2.900 de Vida Nueva