Editorial

Comunicación para la comunión

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Publicado en el nº 2.707 de Vida Nueva (del 15 al 21 de mayo de 2010).

La Iglesia celebra este fin de semana, coincidiendo con la solemnidad de la Ascensión, la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. En el Mensaje del Papa con motivo de esta jornada se aborda el uso pastoral de Internet, especialmente por parte del sacerdote. La Jornada es, una vez más, una ocasión propicia para reflexionar y hacer autocrítica de la comunicación en la vida de la Iglesia en momentos en los que, por diversos flancos intraeclesiales, se suceden las acusaciones de déficit de comunión en el seno de la comunicación en la Iglesia. La contestación a la política comunicativa de la misma ha llevado a algunos a acusar a los medios católicos de atacar permanentemente a la comunión cada vez que se hace un servicio, serio y responsable, aunque en ocasiones no sea del agrado de los emisores del mensaje, ni actúen de meros voceros de intereses particulares y de visiones concretas de Iglesia. Apasionados y apasionantes son los caminos de la comunicación para algunos. Apasionados, porque, sin esa actitud, es difícil trabajar cuando continuamente se juega al ostracismo con lo adverso para resaltar sólo lo propio; y apasionantes, porque los retos son inmensos y las fronteras están diluidas. Una sola forma de ver las cosas no ayuda al servicio de la verdad. En la conciencia de los comunicadores cristianos hay seriedad, rigor y amor apasionado y apasionante a la Iglesia. Ponerlo en duda es una ofensa que, según de quien proceda, se vuelve irresponsabilidad pastoral y eclesial.

Comunión y comunicación son dos palabras que, en la Iglesia, tienen una honda significación. Uno de los empeños que hoy la Iglesia tiene es el de la comunión, resquebrajada por varios rincones internos y amenazada por virulencia externa. El Papa insiste con frecuencia en esta tarea: la Iglesia ha de vivir en su seno la profunda comunión. Pero decir comunión no es decir “uniformidad” a modo de un ejército. No es pintar de un solo color el rostro de la Iglesia. Todo lo contrario. Es ese misterio que nos integra a todos en el mismo proyecto de fe, esperanza y amor. Es una acogida de la diversidad que se pone al servicio de un proyecto evangelizador.

Y es difícil que exista esa comunión si no hay comunicación. Desde la misma esencia trinitaria, es el amor el que hace que haya comunicación en el misterio trinitario. Comunicación de vida, de dones y de bienes en un mismo proyecto evangelizador. Los miembros de una familia han de conocer y saber lo que se cocina en la casa, lo que se busca y pretende; por lo que se lucha y trabaja. El oscurantismo desata la duda y el rumor. El silencio lleva muchas veces al bulo. La comunicación franca y amorosa hace que todos se impliquen en todo. Comunicación al interior de la propia Iglesia y comunicación al exterior de la misma. Lo que ha de decirse, lo que ha de hacerse, lo que ha de trabajarse, ha de saberse en su pluralidad, en su riqueza más intrínseca.

Apasionado y apasionante mundo de la comunicación, pero no desde la sombría propaganda, sino desde la honrada propuesta evangelizadora a la que sirven tantos buenos profesionales cristianos en los medios.