Editorial

¿No tiene nada que aportar la Iglesia?

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Publicado en el nº 2.697 de Vida Nueva (del 27 de febrero al 5 de marzo de 2010).

Es hora de sumar esfuerzos, dialogar sobre propuestas, dejar encerrados los partidismos y lanzarse a proyectos comunes en España. Los datos que se van ofreciendo en diversos ámbitos de la vida pública, como es el caso de la situación económica y de la reforma educativa, exigen de todos una apuesta común, un consenso, un deseo de acuerdo.

El pacto, ese difícil arte de la política, ha de hacerse no sólo para conformar mayorías parlamentarias, sino también para sacar del atolladero situaciones enquistadas. Es necesario un pacto en economía; un pacto capaz de unir fuerzas e ideas y devolver confianza al ciudadano. Es eso lo que espera de sus políticos. Menos luchas verbales y más diálogo sobre los grandes problemas que afectan a sus vidas diarias. La clase política española se juega mucho en esto. Y la misma vocación política saldría beneficiada con una actitud de pacto y acuerdo. En la economía, tan lacerada por la crisis económica y con datos ensombrecedores en el horizonte, pero también en la educación. Un pacto escolar, un pacto por la educación podrá sacarnos del laberinto en el que se haya el ámbito educativo y que derivará en consecuencias deplorables, de no remediarlo a tiempo. A grandes problemas, grandes soluciones. Ha sonado la hora del acuerdo. Ha sonado la hora de abandonar el trincherismo y el enfrentamiento del que la ciudadanía muestra ya cierto hartazgo cuando cada día lo contempla en los medios de comunicación de masas, convertidos, a veces, en grandes escaparates de la diatriba, la lucha y el enfrentamiento, con ausencia de debate serio y de propuestas operativas para salir de la situación.

Y en este momento, la Iglesia no puede estar callada, no debe estar callada, y su voz, además de devolver la esperanza, debe ofrecer aliento para todo aquello que beneficie al bien común. No es injerencia política, sino participación libre, consciente y activa en todo aquello que afecta a la sociedad y, especialmente, a la más desprotegida. La voz de la Iglesia, que no debe renunciar a mostrarse valiente en los temas morales, no puede callar ante los temas sociales, laborales, económicos. Una voz que tiene claves importantes en la Doctrina Social y en el magisterio pontificio.

Es hora de devolver a la Iglesia también esa labor mediadora, pacificadora, hacedora de concordia que tanto reconocimiento (hoy en buena parte perdido) le valió durante la Transición. Cuando el ciudadano, que también es cristiano y se siente Iglesia, ve a sus pastores sólo en otros campos, queda decepcionado y les pide una palabra de aliento, de esperanza y una posición capaz de hacer valer su autoridad moral en la cosa pública.

La Iglesia debe estar allá donde el pacto y el acuerdo sean la clara voluntad de futuro, y debe siempre potenciar todo aquello que ayude a salir del laberito. “Soy hombre y nada humano considero ajeno”. Y la Iglesia tampoco es ajena a las preocupaciones de los ciudadanos. Colaborar para hacer una sociedad más dialogante, con grandes propuestas y que abra caminos de futuro es misión ineludible de los discípulos del Señor. Hace falta más proposición y menos condena.