Publicado en el nº 2.645 de Vida Nueva (del 24 al 30 de enero de 2009).
El periodismo cristiano viene celebrando desde hace tiempo a san Francisco de Sales (24 de enero) como patrón de la tarea informativa. La dulzura, la comprensión y la manera de decir la verdad son los méritos de este santo obispo de Ginebra, doctor de la Iglesia. Pasado el tiempo se le consideró patrón de quienes sirven a la Iglesia, porque de servicio se trata, en el mundo de la información. Las páginas de ‘Enfoques’ que Vida Nueva ofrece en este número intentan acercar el perfil del periodista católico a nuestros lectores. En un mundo en el que la información es una realidad cada vez más compleja, la Iglesia necesita de hombres y mujeres que, conocedores de sus entresijos, acierten a proclamar la verdad de Dios y la verdad del Hombre en los medios en los que trabajan como profesionales y como cristianos. La comunicación es la premisa para la comunión. No puede haber comunión si no hay una información clara, objetiva, cálida, familiar; y si esa información no sirve para fortalecer la comunión eclesial, se convierte en un mal camino. Pero, cuidado, se trata de un servicio a la comunión, no de un servicio a un interés particular y unívoco; servicio a la riqueza de la Iglesia desde la verdad del Evangelio.
Hay tres aspectos que el comunicador cristiano tiene que tener muy claros al abordar la información, en general, y la religiosa, en particular. La información precisa de criterios que tengan la verdad, la justicia y la caridad como vectores importantes. Un comunicador cristiano no puede servir a la mentira ni al bulo, a la calumnia o a la siembra de la sospecha. Servir exclusivamente a la verdad por encima de criterios mercantilistas o de intereses partidistas puede costar, en muchas ocasiones, la persecución sectaria, la exclusión de una comunión ficticia que es uniformidad cuartelera y silencio de cementerio y que, incluso, llega a amenazar la vida laboral de buenos profesionales. La del comunicador cristiano, además, ha de ser una información al servicio de la justicia, sabiendo que en muchos momentos, los más pobres y los que viven en los aledaños del poder no tienen quienes defiendan su verdad y derechos. Hay que cuidar de no tomar la parte por el todo y usar la anécdota para elevarla a categoría informativa. El daño que se hace a muchas personas es irreversible. Y también, por encima de todo, la caridad, que es el ceñidor de la unidad y que ha de estar escrita en el frontispicio de cada información.
No puede haber una auténtica información religiosa si no está sustentada en estos criterios de verdad, justicia y caridad. Sin embargo, hoy, la profusión y velocidad de las noticias que llegan por la Red hacen que se tambaleen estos criterios, que también sufren cuando falta el rigor que da la serenidad del análisis, o cuando el exabrupto viene a sustituir a la crítica serena, o cuando el insulto y la descalificación se ha utilizado para acallar la opinión adversa. No puede un comunicador cristiano apelar a la “limpieza de sangre”, al camino del vituperio para proclamar una pretendida eclesialidad que niega la riqueza y la caridad. La apuesta del periodista cristiano debería ser siempre por la información seria, objetiva, clara, evangélica y siempre en comunión afectiva.