Editorial

El Papa pone vía a la “sana laicidad”

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Publicado en el nº 2.628 de Vida Nueva (Del 20 al 26 de septiembre de 2008).

El papa Benedicto XVI viene marcando su agenda de viajes en base a lo prioritario. En cada uno de sus trayectos apostólicos busca la propuesta doctrinal oportuna y el mensaje profundo que aliente a la Iglesia que visita y que marque un camino de futuro. Cada día se ve más claro el estilo propositivo del Pontífice. En Francia, la tierra emblemática de la “laicidad”, un país que consagra el primer artículo de su Constitución a la radical separación entre Iglesia y Estado, el Papa se ha fajado como un auténtico profesor, conocedor del terreno que pisa y del tema que aborda. Y lo ha hecho con pedagogía y hondo saber. El reto de la visita en dos etapas a Francia ha quedado cumplido. La primera etapa ha tenido como destinataria fundamental a la sociedad con su vitola de laicidad. Como buen profesor, ha abierto el debate sobre el tema de la laicidad convencido como está de que en el diálogo reluce la verdad. La segunda etapa en Lourdes ha tenido un destino ad intra, a la Iglesia que peregrina en Francia, a la que ha alentado a retomar su pulso evangelizador y a trabajar por la unidad.

En la visita ha encontrado el terreno abonado en el discurso del presidente de la República, Nicolás Sarkozy. Benedicto XVI ha aprovechado su estancia en el país galo para rubricar esta “laicidad positiva” y ha dado un paso más pidiendo que se promueva y que los Estados brinden instrumentos para la puesta en práctica de una “sana laicidad”. Ambos, Benedicto XVI y Sarkozy, han convenido en tres aspectos fundamentales, aunque desde ópticas diferentes, pero complementarias. Por un lado, coinciden en dar la importancia adecuada al discurso de lo religioso en el desarrollo de los pueblos. El siglo XXI será religioso o no será nada. Por otro lado, ha llegado, según ambos mandatarios, la hora de hacer que la Libertad Religiosa, consagrada en la Carta de los Derechos Humanos, sea algo más que letra muerta y que vaya acompañada de una legislación menos agresiva y más propositiva. Por último, hay algo en lo que coinciden el Papa y el Presidente: no se puede entender Europa sin sus raíces cristianas.

En París han entendido este discurso los políticos convocados en el Elíseo el primer día de la visita. Lo ha entendido el mundo de la cultura reunido en Les Bernardines y lo han entendido los representantes de otras religiones, que han pedido al Papa mayor unidad para buscar la paz. El reto está cumplido, aunque habrá que volver sobre las grandes claves de las intervenciones del Papa en Francia y sus aplicaciones a España.

Hacia el interior de la Iglesia, el Papa ha llegado a Francia a confirmar en la fe a una Iglesia que atraviesa por serias dificultades: escasez de vocaciones, descenso de la práctica religiosa, disminución en la celebración de los sacramentos de la iniciación y una cada vez menor relevancia en la vida pública. Benedicto XVI ha renovado su confianza en ella y le ha pedido que confíe en los jóvenes, que trabaje por las vocaciones y que redescubra su vigor. El discurso a los obispos en Lourdes ha sido clarificador en este sentido. El Papa ha dejado buen sabor de boca en un país y en una Iglesia con hondas preocupaciones.