Editorial

Iglesia y política en América Latina

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Publicado en el nº 2.626 de Vida Nueva (Del 6 al 12 de septiembre de 2008).

La elección de Fernando Lugo como presidente de Paraguay ha puesto de nuevo en el tapete la reflexión sobre la participación de la Iglesia en la vida política de los países latinoamericanos. Su condición de obispo, aunque ya con la dispensa canónica concedida por el Vaticano como un gesto que no conviene pasar por alto, replantea el papel de la Iglesia en unos países en los que la respuesta a los problemas de índole política, desde la óptica de la Teología de la Liberación, ha estado fuertemente cuestionada en algunos sectores de la Iglesia hasta el punto de haber sufrido fuertes críticas desde altas instancias eclesiales.

A nadie escapa, no obstante, que en la vida política de Latinoamérica, la Iglesia ha jugado y sigue jugando un papel destacado en la historia. No sólo ha tenido una palabra concreta en las diversas cuestiones políticas, sino que ha sabido también levantar su voz crítica cuando las injusticias laceraban a los más pobres, incluso cuando se vio cuestionada por los oscuros episodios de las dictaduras militares. Prueba de ello es que hoy la Iglesia sigue siendo una institución que goza de gran credibilidad entre unos ciudadanos que se sienten decepcionados por una parte de la clase política. En este contexto, la laicidad, que por cierto ha empezado a ser anunciada por el presidente de Ecuador, entendida a la manera europea, no tiene cabida en estos países en los que la Iglesia continua siendo referente moral para muchos ciudadanos y campo de actuación de muchos cristianos que en la vida política encuentran su compromiso cristiano. Así, la presencia de eclesiásticos en los órganos de gobierno, hay que analizarla desde perspectivas bien distintas, y sin medir por el mismo rasero a los países, cada uno con su historia. Lo que nadie puede negar a estas iniciativas es su valor para el proceso de reconciliación de la sociedad. Sin más miras que el servicio, los obispos se han prestado a un diálogo nacional en muchos lugares para que el futuro se construya sin odio.

Las declaraciones del nuevo presidente paraguayo, concedidas en exclusiva a Vida Nueva, ponen sobre la mesa esta realidad, que ha sido abordada por los últimos pontífices en sus visitas y documentos. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han indicado el camino en el que la Iglesia tiene que estar presente en medio de las realidades políticas como testimonio, anuncio y denuncia, sin sustraer a cada cual su legítimo derecho.

En muchas ocasiones, y por parte de algunos grupos, no han sido suficientemente entendidas las voces que pedían que los clérigos salieran de los cargos públicos dejando en manos de laicos la labor política; sin embargo, en no pocos lugares, el perfil del cristiano, incluso clérigo, es demandado para traer nuevas formas de gobierno basadas en la justicia. Quienes en este empeño están, han de saber que su misión es un medio y no un fin y que no pueden caer en los vicios de la carrera política. Los gestos del nuevo presidente de Paraguay son claros. Hace falta esperar a ver las medidas de gobierno y su relación con los países vecinos, en los que cierta ola de populismo acompaña a quienes están llegando al poder.