Los periódicos, como la vida, ofrecen contrastes y coincidencias desconcertantes.
Mientras el Instituto Europeo de Criopreservación anuncia la creación de un cementerio de cadáveres congelados que están a la espera de la resurrección que les vendrá al cabo de complejos experimentos científicos, desde Estados Unidos llega la noticia de la muerte, por suicidio asistido, de Brittany Maynard, una joven víctima de un cáncer terminal en su cerebro.
La patética búsqueda de la vida a pesar de la muerte contrasta con el reclamo del derecho a morir dignamente, que ha encendido la discusión sobre la eutanasia.
Teniendo como coyuntura un proyecto de ley para regular la eutanasia, la polémica se ha movido entre dos extremos descritos por Hans Küng: el de quienes defienden el derecho ilimitado a la muerte voluntaria y el rigorismo sin misericordia que ordena soportar con resignación lo insoportable porque así lo quiere Dios.
Entre esos dos extremos la polémica busca un camino medio en el que se preserven a la vez la vida humana como don de Dios y el derecho del hombre a morir con dignidad.
Una polémica así, como búsqueda, solo puede ser buena como aporte al pensamiento.
