Camino con Lluís por Barcelona. Las dificultades del día a día y los altibajos de la vida no le han borrado ni la sonrisa del rostro ni la profecía evangélica del corazón. Nos adentramos en uno de los centros sociales para chavales que los maristas coordinan en el barrio gótico, muy cerca de la catedral. Marroquíes, paquistaníes y algún que otro filipino. Abrumadora mayoría inmigrante de niños que acuden a las aulas a recibir apoyo escolar, pero también a recuperar parte de la dignidad perdida por el desarraigo que trae consigo vivir en tierra extraña. Periferia en el centro de la urbe, en las mismas calles por las que los turistas buscan rastros de Gaudí y los políticos buscan legitimar su referéndum.
Unos pocos pasos después, me cuestiono cómo se sostendrá la obra, si en la envejecida Europa también cumplen años los religiosos y no encuentran relevo vocacional. Las canas de Lluís responden a mi cortedad de miras, agobiado por la finitud y excluyendo al Espíritu de estos planes. “Con los años he descubierto que la debilidad es el mensaje evangélico de nuestro tiempo. Nos abre a colaborar, a dejar nuestra prepotencia y creernos que llegábamos a todos. Nos hace más comunidad”. La Iglesia se ha debilitado en uno de los baluartes del catolicismo y las fórmulas nostálgicas no sirven para dar respuesta a los problemas de hoy. Cabe abrirse a ese Espíritu, abrirse a los otros, a los laicos, a la sociedad. “En mi debilidad, me haces fuerte”.
José Beltrán
Director de Vida Nueva España