Editorial

De la justicia a la misericordia

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El Sínodo sobre la familia y la apertura del Año de la Misericordia se complementaron y enriquecieron.

Es el paso de una Iglesia jueza a una Iglesia samaritana y del imperio de la severa e inapelable justicia y de los jueces a una Iglesia samaritana, transformada en casa de la misericordia.

Es un cambio tan radical que causa y seguirá causando estremecimientos. La misericordia, no la justicia ni el rito, “es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (Misericordiae Vultus 10).

Las reacciones que han producido las nuevas disposiciones sobre aborto, sobre la comunión de los divorciados y la agilización de los procesos para declarar la nulidad de los matrimonios son explicables dentro de una tradición de culto a lo legal, que se ve enfrentada al nuevo orden de la misericordia. Podría decirse que hubo un severo cambio de clima: desde la frialdad polar de lo cerebral a la calidez de lo entrañable.

Esta conversión supone el abandono de esa forma de poder –que eso es la administración de justicia– para asumir con todas sus formas, la prestación de un servicio; transformar la severidad de la autoridad guarnecida con códigos, normas y mandatos, en la humilde y fraternal actitud de quien sirve.

El Papa puso en circulación una imagen que revela la naturaleza de esta nueva apostura que impone la misericordia: la Iglesia samaritana, más preocupada por atender a los heridos que por la observancia y discusión de normas y teorías. De esa transformación habló al instalar el Sínodo, en nombre del “Dios que es siempre más grande que nuestras lógicas y nuestros cálculos”. Recordó que una Iglesia apegada a las formas llegó a convertirse “en una simple organización”, provista de una autoridad dañina y que se expresaba no como quien cumple una misión, sino como quien hace propaganda a una institución, un producto o una ideología.

Por eso deseaba a los padres sinodales mucho de humildad, de coraje apostólico y de oración.

Serán los recursos necesarios para esta gran transformación de la Iglesia bajo las pautas de la misericordia

Los medios de comunicación que informaron sobre la actividad sinodal estuvieron desconcertados: puesto que no encontraron una presunta uniformidad de criterios sino la discusión de puntos de vista diversos, creyeron ver una crisis de la unidad; como si la discusión fuera un imposible o un síntoma de desgarramiento. Cuanto más viva, más dispuesta a aprovechar y aceptar su diversidad; cuanto más fosilizada y convertida en objeto inmodificable de museo, más uniforme y estancada en un pensamiento único.

¿Pensaba en esto el Papa al hablarles de humildad a los padres sinodales?

La obra de Dios en el mundo tiene un sello que el Concilio mostró como inconfundible: el de la caridad y la compasión. Los Papas del posconcilio al mirar la cultura contemporánea, o al planear o evaluar la acción pastoral de la Iglesia, han acentuado la caridad y la compasión, es decir la misericordia, como sus señales de identificación. Y Francisco, al abrir las puertas del jubileo del año de la misericordia, señala el rumbo que deberá seguir la Iglesia.

Ni el engreimiento de una institución que se sentía jueza de las conductas, ni la frialdad implacable de la ejecutora de normas inflexibles, ni la sequedad y distancia de la embajadora de un reino lejano de este mundo, sino la presencia de un Dios Padre, rico en misericordia, que para manifestar su amor al hombre se hizo hombre, asumió nuestra naturaleza y vino a “armar lío” en este mundo. A Dios se le siente vivo en un mundo donde la ley y la justicia se convierten en misericordia.