Editorial

Acompañar a los crucificados

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Llevar la cruz no es fácil. Menos aún aceptar su carga. A las situaciones de sufrimiento y de dolor que se viven en nuestro mundo, y que refleja el ‘Pliego’ de Vida Nueva de esta semana, se les une un drama todavía mayor. El silencio. La nada. La vacuna social para intentar que no se contagie el malestar ajeno ha hecho que todo aquello que esté alejado de la comodidad y lo placentero que se logra de forma inmediata quede fuera de agenda.

Es la principal denuncia que ha hecho Francisco para esta Cuaresma de 2015. El Papa se ha erigido a modo de baluarte en la lucha contra uno de los males que nos acechan a todos: la globalización de la indiferencia. La repetición de situaciones de angustia, de las hambrunas, de los atentados suicidas…

Lejos de generar en el espectador una sensación de repulsa y concienciación, está provocando un efecto que debería hacernos pensar seriamente hacia dónde estamos encaminando nuestra escala de valores. La imagen televisiva del cambio de canal con el mando a distancia no deja de ser una actitud para no dejarse empapar de la realidad doliente y seguir con una vida donde nada es permeable y, en cambio, todo es desechable.

Frente a esto, la experiencia de Jesús. El Hijo de Dios es despojado de sus vestiduras, desnudo ante la cruz, ante el mal. Afronta el aparente final con miedo y temor, pero lo afronta igualmente. Con un profundo sentimiento de abandono en Dios. Porque cuando a la vida llega el dolor, cuando tiene lugar una tragedia donde se ven inmersos hombres, mujeres y niños inocentes, solo queda mirar a esa Cruz que acogió antes a Aquel que dio la vida por todos. Ante estas escenas, sobran las palabras, como ya expresó el papa Bergoglio durante su viaje a Filipinas.

Cuesta explicarse 35 años después el porqué del asesinato del próximo beato Óscar Romero y los motivos que han llevado a la Iglesia para no recogerle antes en sus brazos como mártir del pueblo americano. Resulta complicado asimilar que alguien pueda tomar un avión en Barcelona con destino a Düsseldorf y no llegue nunca a su destino. Es complicado. Se buscan explicaciones desde lo racional, cuando quizá la inteligencia no pueda ofrecer ninguna.

Sin embargo, sí se pueden dar otro tipo de respuestas ante las dificultades de los excluidos de hoy. Desde una oración sincera que sea grito para encontrar consuelo del Padre ante la flagelación de los excluidos, los desesperanzados y los que no tienen futuro. Pero también desde una acción personal, intentando rebajar la carga de esa cruz, con una presencia activa en los movimientos sociales y políticos, siendo voz de denuncia desde una comunión propositiva, con el acompañamiento personal a aquel que necesita ver solventado un trámite administrativo para dar salida a su hipoteca o un gesto de esperanza para el que sufre una enfermedad crónica.

Contemplar la cruz y acompañar a cada uno de los crucificados se tornan asignatura pendiente para todos más allá de los días del Triduo, también en la Pascua, para vencer esa globalización de la indiferencia que poco tiene que ver con la alegría del Resucitado, que siempre invita al compromiso.

En el nº 2.935 de Vida Nueva

 

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