Editorial

¿A qué viene Francisco?

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Una pregunta parecida se hizo cuando el Papa invitó al expresidente Uribe y al presidente Santos a una audiencia conjunta en el Vaticano: ¿qué busca el Papa?

Era muy ingenuo suponer que se abrazarían, se pedirían perdón y jurarían trabajar unidos por la paz como objetivo superior a sus ambiciones y odios personales. Aquella reunión fue parte de una operación rescate de la paz, que se hundía entre el lodazal creado por los políticos.

El presidente Santos le hizo una lectura a esa visita como un salvavidas para la paz: “(el Papa) desempeñará el papel que sea necesario para alcanzar la paz”. Según esto, Francisco se solidarizaba con su política de paz. Santos sería el mandatario por el que más reza y el viaje a Colombia se haría “si se consigue afianzar la paz”. Tal fue la lectura política de un político, tan subjetiva como la que hacen los laicistas cuando se preguntan: ¿a qué viene el Papa?

Concluyen que el Papa hace un viaje propagandístico de la Iglesia Católica. Es “una extravagante visita” que “no dejará nada bueno”, que “exacerbará al pueblo católico, fortalecerá las ideas ultraconservadoras, promoverá una derecha de religiosidad”, y, finalmente, “no traerá recursos ni ayuda”.

Para saber a qué vendrá Francisco, habría que escucharlo, por ejemplo, con motivo de la 49 Jornada Mundial de Paz en agosto de 2015: “La paz es posible donde el derecho de todo humano es reconocido”. Y el 15 de mayo de 2016 señaló como camino de paz “el respeto a la diversidad, la búsqueda de la verdad”.

La visión del Papa no es la que le atribuyen los que lo ven llegar en plan político o de propaganda institucional. La paz que proclamará supone la desaparición de la corrupción, de las violaciones a la libertad y de los derechos, la lucha eficaz contra el crimen organizado, la superación de las guerras y una solución al drama de refugiados y desplazados. De esto habló desde la 49 Jornada Mundial de Paz en 2015 con una clara intencionalidad de urgir acciones ante un mal inminente. Ese mensaje de carácter urgente es el que trae el Papa a Colombia. Ninguno de los presidentes que han visitado a este país habría podido dar ese mensaje con la autoridad moral del Papa, ni a las muchedumbres que lo acompañarán.

En diciembre del año pasado se refirió al papel que cumplen las víctimas en la paz: “cuando vencen la tentación de la venganza, son los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de paz”. En un país de víctimas, en donde los políticos pretenden aprovecharse de su dolor o engañarlos con promesas que no se cumplen, el mensaje papal inspira esperanza. En vez de ideas ultraconservadoras o de exacerbación de fanatismos, el suyo será un mensaje dignificador y esperanzador. A eso viene el Papa.

“La visión del Papa no es la que le atribuyen los que lo ven llegar en plan político o de propaganda institucional”

Sí habrá la clara referencia a la revolución cristiana, así llama el Papa a ese mandato cristiano de amor a los enemigos que se debe activar con el regreso de miles de guerrilleros a la vida civil.

El Papa, por tanto, viene a recordar a los colombianos lo que dijo en diciembre del año pasado: el amor a los enemigos es el núcleo de la revolución cristiana.

Agregó entonces que la paz rechaza el descarte de las personas, el daño al medio ambiente, la idea de vencer a cualquier precio.

Son mensajes que nadie con sentido común osaría descartar; que en este momento de la vida del país no se pueden entender como propaganda ni como acciones políticas, sino como indicaciones imprescindibles porque son de vida o muerte.

También incluye el discurso papal sobre la paz una reveladora enumeración de sus resultados: “la cultura de la legalidad, la educación para el diálogo y para la cooperación”, o sea, un estímulo para creyentes y no creyentes, para los que acompañarán al Papa durante su visita y para los que la ven como un hecho extravagante. Unos y otros necesitan y esperan resultados de la paz como estos.

Francisco se ha convertido en la conciencia del mundo, por eso también estará entre nosotros.

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