La Inglaterra que se va a encontrar el Papa

Manifestaciones a favor y en contra del Papa, en marzo

(Austen Ivereig– Corresponsal de ‘Vida Nueva’ en el Reino Unido) Dadas las relaciones turbulentas entre la Corona inglesa y la Santa Sede a lo largo de los siglos, la primera visita de Estado de un papa al Reino Unido, la de Benedicto XVI entre el 16 y 19 de septiembre, ofrece una oportunidad singular para la “sanación de memorias”, según el folleto oficial publicado por la Iglesia católica británica.

Las resonancias históricas son llamativas. El Papa será recibido por la reina Isabel II en Escocia –a diferencia de Inglaterra, allí no es jefa de la Iglesia– en Holyroodhouse, su residencia oficial en Edimburgo . Al día siguiente, Benedicto XVI pronunciará un discurso ante mil parlamentarios y líderes civiles en el Palacio de Westminster, en la misma sala donde fue sentenciado a muerte (san) Tomás de Moro por Enrique VIII, por negarse a aceptar al rey como gobernador supremo de la Iglesia. Esa noche, el Papa rezará con el arzobispo de Canterbury en la iglesia oficial de la familia real, Westminster Abbey, ante la tumba del rey Eduardo el Confesor, recuerdo de una época anterior a la Reforma, cuando la Iglesia era una y el Estado, cristiano.

Sigue siéndolo, a nivel oficial. El Estado británico no es secular; hay obispos de la Iglesia establecida con asientos en la Casa de los Lores, y la mayoría de los colegios católicos y anglicanos son estatales. Pero el Estado hoy en día refleja el alto grado de agnosticismo y escepticismo religioso en la sociedad británica, y en los últimos años se ha mostrado cada vez menos abierto a equilibrar las libertades religiosas con la legislación antidiscriminatoria.

En el centro, el arzobispo Nichols

La Iglesia se dio cuenta de que tendría que hacer un esfuerzo para defender su espacio en la esfera pública. Para los obispos –bajo el liderazgo de un nuevo arzobispo de Westminster, hábil y estratégico, Vincent Nichols–, la naturaleza estatal de la invitación al Papa ofrece una magnífica oportunidad. No sólo las audiencias privadas con la reina y el primer ministro conservador David Cameron, sino también el discurso en el Parlamento, darán una plataforma al Papa para argumentar –siguiendo la línea de su encíclica Caritas in veritate– que una democracia sana depende de una sociedad civil vigorosa, que a su vez depende de una libertad religiosa amplia.

Para los católicos, el momento más importante será el último día, cuando el Papa beatificará al cardenal John H. Newman en una misa no lejos del oratorio que él fundó, cerca de Birmingham. Para los anglicanos de tendencia católica, que se encuentran en un momento decisivo desde que el Sínodo de la Iglesia de Inglaterra aprobó la ordenación de mujeres como obispos, será también un momento especial.

El Papa encontrará una Iglesia católica británica que goza de relativa buena salud, después de muchos años de declive en términos de asistencia dominical y sacramental. El porcentaje de los que se declaran católicos es el 10% –cerca de 6 millones–, un aumento sustancial desde 2001 (4 millones). El aumento se debe, en gran parte, a la inmigración. Pero fuera de las grandes urbes, la imagen es muy diferente: la antigua población católica, basada en la inmigración irlandesa, se ha secularizado a medida que ha subido en la escala social.

La contribución católica al bien común británico, no obstante, es mucho más grande: la popularidad de sus 2.300 escuelas y el vigor de sus agencias caritativas –en especial, el cuidado de los ancianos– son señal de una Iglesia que juega un papel desproporcionado en la sociedad. La visita papal es un momento para poner foco en esa contribución, para invitar al pueblo británico a prestar atención a estos frutos y mirar lo que está detrás de ellos.

Más información en el nº2.720 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el artículo completo aquí.

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