Editorial

¿Qué ha sido, qué es, qué quiere ser Vida Nueva?

Compartir

Editorial histórico de ‘Vida Nueva’

vida-nuevaJosé Luis Martín Descalzo. Director de Vida Nueva (1968-1976)

Con motivo del número 1.000, quien fuera emblemático director de este semanario, escribió un luminoso artículo sobre lo que podríamos denominar “las señas de identidad” de Vida Nueva. Aquellas intuiciones siguen conformando el ADN de nuestra revista.

Tal vez allá por el lejano año 2500 o 2800 de la historia futura un maniático o un historiador se pregunte cómo eran, cómo vivían, qué pensaban los cristianos españoles de las últimas décadas anteriores al año 2000. Todos nosotros habremos muerto y el maniático o el historiador acudirá a las bibliotecas, a las hemerotecas. Se acercará a ellas con esa especie de temor y conmiseración con que todos nos acercamos a los recuerdos de los muertos. Y allí, quién sabe en qué anaquel, encontrará una revista que se llamaba Vida Nueva. Sonreirá al coger en sus manos los tomos encuadernados. “¡Cómo -pensará- deseaban vivir aquellos pobres hombres! ¡Hasta llevaban la vida a los títulos de sus publicaciones!”. Le resultará irónico revolver en nuestros recuerdos como lo haría en nuestras cenizas. Y también abrirá nuestras páginas emocionado.

martin-descalzo-2A este hipotético y probablemente inexistente lector dedicamos este editorial de nuestro número conmemorativo. Tal vez él pueda entender mejor que nosotros quiénes fuimos, qué significó nuestra lucha, en qué desembocaron nuestros esfuerzos. Tal vez él se ría de nosotros o nos ame. Pero, en todo caso, sí que podrá medir con exactitud cuánto de amor y cuánto de mediocridad hubo en nuestra tarea. (…)

Por eso, este hipotético lejano lector entenderá que en este número nos volvamos ante todo a Dios en acción de gracias y en petición de nuevos alientos. Y que extendamos esta acción de gracias a todos cuantos en estos años nos ayudaron: fundadores, colaboradores, anunciantes, dueños y obreros de la imprenta, suscriptores y lectores todos. Vida Nueva, hoy lo entendemos bien, fue una empresa que sólo pudo sostenerse con el esfuerzo de muchas manos amigas.

¿Qué era, qué es Vida Nueva?

No será fácil para este nuestro lejano supuesto ratón de bibliotecas clasificar y definir qué era Vida Nueva. ¿Mensual? ¿Quincenal? ¿Semanario? Todo lo fue. En la cota más larga de su vida adoptó el ritmo semanal. (…) Era una buena fórmula, que permitía la suficiente proximidad a las noticias y no obligaba a la excesiva rapidez del diario. Podía ser al tiempo viva y reflexiva. Y trataba de serlo.

¿Era, fue revista de opinión o de información? Tampoco encontrará fácil la respuesta a esta pregunta. Verá que la revista nació con un predominio de la opinión y que luego, progresivamente, se fue corriendo hacia revista de información. No de información fría, sino de aquella que trata de dejar ver los trasfondos de las cosas, el revés de la noticia, pero que deja luego al lector sus últimas valoraciones.

¿Información sobre el mundo o sobre la Iglesia? Si nuestro curioso acude a los archivos del Ministerio correspondiente, encontrará allí que nuestra revista se inscribió como “de información general y religiosa”, yendo incluso lo de “general” por delante de lo de “religiosa”. Hicimos esto por una larga serie de razones. La primera era de índole teológica: nunca entendimos a la Iglesia como un ghetto separable del resto de los problemas humanos; incluso ya mucho antes del concilio entendíamos a la Iglesia “en” el mundo, “para” el mundo. No eran, no podían ser dos realidades separables con intereses divergentes.

La segunda era una razón jurídica: No queríamos que un día alguien que entendiera la Iglesia de modo más estrecho que nosotros, nos pudiera decir desde un órgano político que nos estábamos saliendo de nuestro campo cuando hablásemos de sindicatos, de derechos humanos o de distribución de la riqueza.

La tercera era una razón de juego limpio: Vida Nueva, antes del concordato, en el concordato y después del concordato, quiso siempre acogerse a la legislación común. Ni ambicionábamos privilegios ni nos apetecían. Sabíamos bien que un privilegio termina siempre dejando ver lo que verdaderamente es: una mordaza. Y quisimos, por lo demás, compartir los problemas del resto de la prensa nacional: su censura previa cuando la hubo, sus muchos riesgos y amenazas, cuando los hay.

Otra cosa es que Vida Nueva, dentro de su derecho jurídico a hablar de todo, haya centrado su información en la vida de la Iglesia. Esto no fue fruto de un planteamiento inicial de la revista, sino de una concreta necesidad histórica. Los años del Concilio sacaron a la Iglesia al primer plano de las informaciones. La vida de la comunidad católica se convirtió en noticia. Los diarios, que antaño arrinconaban su sección religiosa, que no era, en definitiva, sino una sección de “cultos”, con sus listas de novenas y el comentario al evangelio del domingo, de pronto hicieron saltar a los obispos, los curas y las organizaciones apostólicas a sus primeras planas. No pocas veces como objetos de polémica, muchas para utilizar sus opiniones al servicio de banderas políticas de uno u otro color, casi siempre para ofrecer retazos de verdad sobre la Iglesia, que contribuían más a la confusión que a la iluminación sobre su verdadera misión en el mundo y sobre el sentido de sus acciones.

martin-descalzo-3Se hacía imprescindible la existencia de alguna o algunas publicaciones que ayudaran a los interesados a recomponer el rompecabezas de lo que fragmentariamente les servía la prensa diaria. Y no había en nuestro país ninguna publicación que se dedicase a esta importante tarea. Teníamos, sí, muchas revistas de opinión. Contábamos con un buen semanario de documentación religiosa. Pero no había nadie que siguiera día a día los hilos de la noticia. En todo su hervor y confusión.

Eso hizo que la Vida Nueva en el año 1968 abandonase su tradicional camino de revista “de la familia” -campo que ya cubrían muchos otros con dignidad- y se adentrase en el camino de información preferentemente religiosa en el que ahora milita.

Cree, humildemente, haber hecho ahí un servicio. En los últimos años se multiplicó nuestra tirada y nuestro influjo. Y hasta nos salieron algunos competidores, ya que alguna publicación nació, curiosamente, “para combatir el impacto de la revista Vida Nueva“.

Al servicio de las necesidades del momento

Pero nuestro hipotético lector del siglo XXV seguirá, a todo esto, sin saber cómo definir nuestra revista. Aunque tal vez ha descubierto ya una de nuestras características: ser un poco publicación camaleónica, irse adaptando a lo que en cada momento se va necesitando.

Porque la verdad es que Vida Nueva no nació al servicio de sí misma ni al de unas ideas muy preconcebidas. Nació al servicio de lo que la Iglesia fuera necesitando sobre la marcha. Nuestra meta no fue nunca ganar un dinero (que, por más, nunca hemos ganado), ni demostrar qué listos o qué importantes somos quienes escribimos. Pusimos nuestra pluma al servicio de la Iglesia, dispuestos a girar de coordenadas en cuanto nuestro olfato cristiano nos señalase en la Iglesia nuevas necesidades o distintos caminos. Como es lógico, nosotros no estamos ahora confundiendo Iglesia con jerarquía ni con intereses eclesiásticos. Estamos hablando de la Iglesia como realización del Evangelio y, por tanto, de la verdad. Esta es nuestra servidumbre; a esa verdad y a ese Evangelio estamos atados. Por ayudarles a crecer en el mundo, nosotros estamos dispuestos a cambiar de forma o camino de expresión todas las veces que sea necesario. Y, lógicamente, también estaríamos dispuestos a desaparecer si un día sintiéramos que ya no les servimos o que lo hacemos sustancialmente mal.

Una revista cristiana

Sí, es muy importante, querido desconocido lector, que se fije enseguida en este adjetivo. Porque lo único que nos interesa a quienes hacemos Vida Nueva es que sea una revista cristiana. Ese es nuestro central condicionante y perderíamos nuestra razón de ser si no lo realizáramos. No nos interesa la Iglesia como poder o fuerza, sino como continuadora de la obra de Cristo. No nos apasiona la comunidad cristiana como constructora del bienestar, del confort o la comodidad humana, sino como transmisora del Evangelio, base de la verdadera felicidad. No creemos en el Vaticano por sus edificios barrocos, ni en los obispos por sus capisayos. Interesan como intérpretes del Evangelio.

Pero ¿es posible ser cristiano? ¿Es posible realizar una revista cristiana? Aquí tendremos que confesarnos con temor y temblor. Cada día nos duele la pluma, al saber que siempre nos quedamos en los alrededores de ese Evangelio al que decimos y queremos servir. Página a página -lo sabemos- se “meten” nuestras ideas personales, reflejo, no del Evangelio, sino de nuestros egoísmos, cóleras, nuestras mal refrenadas ambiciones.

Por todo ello pedimos perdón. Y advertimos al lector contra nosotros: que no confunda nunca el Evangelio con el brebaje que ofrecemos. Va en él nuestro deseo de servir al Evangelio, van nuestras esperanzas de servirlo cada día mejor, van los afanes de purificar nuestra palabra. Pero van también, por encima y por debajo de nuestros deseos, nuestras visiones o demasiado estrechas o demasiado anchas, nuestras componendas, nuestras prisas o nuestros cansancios.

Dejemos las cosas en su sitio: no somos una revista cristiana; somos una revista que aspira, que lucha, que desearía ser verdaderamente cristiana y que sabe que siempre se quedará a mitad de camino. Si la hacemos es o porque no hay otros o porque de algún modo tenemos que expresar nuestros retazos de fe. Si hay por ahí media docena de santos que hagan otra mejor que nosotros, cuenten ya desde ahora, con que se irá con la música a otra parte. Mientras, aquí estaremos, ofreciéndoles a los lectores el poco de buena voluntad que tenemos.

Una revista de un grupo independiente

martin-descalzoParece un poco absurdo, pero tendremos que aclarar a ese hipotético lector del siglo XXV y a quienes hoy quieran leernos, que no es una revista ni oficial, ni oficiosa de nadie. Decimos esto porque últimamente les ha dado a algunos comentaristas por presentarnos como órgano más o menos oficioso de la Conferencia Episcopal o de un determinado grupo de obispos españoles. Nos honran al decirlo, pero no es verdad. No es órgano de nada ni de nadie, de ninguna autoridad eclesiástica recibe orientaciones y no tiene teléfono rojo ni con la Nunciatura ni con el Arzobispado de Madrid. (…)

Todo esto tampoco quiere decir, naturalmente, que Vida Nueva no sea una revista jerárquica. No depende para nada de la jerarquía, no recibe ningún tipo de directrices especiales más allá de las que pueda recibir cualquier otro cristiano, pero se siente en plena y cordial comunión con la jerarquía. Ama apasionadamente al Papa, a todos, y muy en concreto ama hoy a Pablo VI. Permítasenos decir que nos gustaría prestar un servicio más ancho a la difusión de la palabra pontificia y que, si no lo hacemos, es por respetar los campos que otras publicaciones hermanas cumplen sobradamente bien.

Pero es evidente que la palabra de Pablo VI es para nosotros hoy guía fundamental, como lo fueron antaño la palabra de Pío XII y de Juan XXIII. Seríamos hipócritas si dijéramos que todas las palabras de todos los pontífices nos han agradado siempre igual. En algunos casos -no muchos afortunadamente-, nos ha costado digerir tales o cuales decisiones pontificias, estas o aquellas enseñanzas. El Papa es para nosotros padre y maestro, y es normal que algunas decisiones de su paternidad exigente o de su magisterio orientador se nos hayan hecho cuesta arriba. Creemos, ahí está nuestra colección, que ha contado siempre con nuestra obediencia, con nuestro esfuerzo por comprender, con nuestra ayuda para que los lectores comprendieran también, y, por qué no, con la filial exposición de nuestras dudas y dificultades. Nunca -y creemos poder decirlo con orgullo-, nos hemos propuesto como sistema aplaudir a aquellas palabras del Pontífice que nos acariciaban y silenciar o criticar aquellas que se nos hacían duras de tragar. En algún caso -y reciente- hemos podido sufrir un poco por defender la palabra pontificia que no a todos parecía agradar tanto como a nosotros.

Algo parecido ocurre respecto a la jerarquía española. Nuestra revista sabe que los obispos que guían a nuestra Iglesia -ayer y hoy- son los legítimos pastores puestos por Dios para conducirla. Sus decisiones colectivas son para nosotros orientaciones ante las que nos sentimos ligados en conciencia. No vemos en todas ellas la perfección de las perfecciones y, si en algún caso nos permitimos críticas a tales o cuales aspectos de las mismas, ello no obsta nunca para nuestra sustancial aceptación obediente. Si en algún caso nuestra crítica fue más allá de lo que debía, quede aquí nuestra petición de perdón y la seguridad de que creímos acertar al hacerla.

Los obispos saben que cuentan con mucho más que con nuestra obediencia: es nuestra colaboración lo que ofrecemos. Colaboración que se expresa a veces con el aplauso, a veces con el silencio, alguna quizá con una cierta crítica.

Pero escamotearíamos el verdadero fondo del problema si no dijéramos que nuestra tarea es especialmente difícil (como lo es hoy para todos los cristianos españoles) cuando dentro de nuestro episcopado se muestran divisiones o tendencias. Decir que opta en esos casos “por la verdad” sería demasiado ingenuo, porque supondría autonombrarnos árbitros inapelables de la “verdad” y porque olvidaría que todos coloreamos la verdad con el color de nuestros ojos que la contemplan. Parece más honesto decir que, en esos casos, entre varias opciones posibles -y Dios nos librará de excomulgar a ninguna-, toma aquella opción que le parece mejor para el presente y el futuro de la Iglesia y deja a sus lectores que juzguen libremente sobre la opción tomada. Cuida, eso sí, de ser objetiva o, cuando menos, honesta en su información sobre todas las opciones. Si en algún caso su crítica ha sido más dura de lo debido respecto a opciones no compartidas, quede también aquí nuestra petición de perdón y la certeza de que en ningún caso se ha tratado de hostilidades personales.

El grupo PPC

Nuestro lector se preguntará qué queríamos decir cuando hablábamos de una “revista de grupo”. Algo muy sencillo: Ni Vida Nueva ni PPC se sienten representantes de todo el catolicismo español. Surgieron el uno y la otra de la coincidencia de un grupo de seglares y sacerdotes (grupo de amigos, no grupo cerrado, ni de presión), que un día descubrieron que convergían en un determinado modo de ver a la Iglesia y en un concreto estilo de servirla. Definir ese “modo” y ese “estilo” no es sencillo. Ahí están nuestras obras para hacerlo. Pero podrá encontrar en ellas una serie de constantes que, evidentemente, no son casuales.

Cuando, al preparar este número, revisábamos viejas colecciones de Vida Nueva, encontrábamos cómo, a pesar de los cambios de las personas en la redacción y en la dirección de la revista, persistía un mismo modo de ver al mundo y entender a la Iglesia. (…) Lo que pensamos quienes hoy hacemos la revista, lo pensaban ya quienes hace años la preparaban. Vida Nueva ha cambiado mucho de nombre y de formato, pero no sustancialmente de ideología, aunque unas u otras zonas se hayan ido acentuando con el cambio de los tiempos y las necesidades.

El grupo PPC era conciliar y tradicional antes del Concilio y es tradicional y conciliar después de él. Cree en la necesidad de renovar la Iglesia, pero está seguro de que esa renovación sólo puede venir por un verdadero regreso a las raíces evangélicas. Ama y apoya los esfuerzos teológicos de profundización y los afanes pastorales de actualización, pero no gusta de las aventuras de quienes creen que la fe puede ser puesta a diario en el tablero de la duda. Nuestro grupo cree en las necesidades de exigencia de las minorías, pero jamás despreciará las formas tradicionales de creer de las masas. No teme a los planteamientos radicales, pero sí a quienes confunden la moda con las verdaderas raíces. Acepta el ritmo forzadamente lento de toda renovación que no quiera ser un simple cambio de nombres a las cosas. Sabe aceptar las lentitudes de la jerarquía y de la comunidad, porque sabe que una y otra están compuestas de la misma masa humana mediocre de la que está formado nuestro grupo.

martin-descalzo-4Vida Nueva acepta por ello el nada heroico apodo de “reformista”. No somos revolucionarios tal y como hoy se entiende esta palabra. Aspiramos a las mismas metas de pureza total de quienes a sí mismos se llaman radicales, pero aceptamos que el camino de una verdadera renovación pasa por el lento sendero del convencimiento y de las ideas que calan progresivamente en las almas. Tenemos prisa, claro, porque las cosas cambien, pero no angustia si no las hemos podido cambiar aún ayer por la tarde.

Somos un grupo esperanzado. Procuramos tener los pies en la tierra, pero sin confundir realismo con amargura. Tenemos el tonto vicio de creer en Cristo y en su Iglesia. También, sí, también en la Iglesia de hoy, tal y como ella es. No porque nos guste como es, sino porque sabemos que no hay otra. Luchamos por renovarla, pero sin partir de un previo rechazo, ni de la idea de que solo nosotros hayamos entendido el Evangelio.

Quizá -perdón, perdón- hasta prefiramos el ser “confesores” a ser mártires. Preferimos la lucha mediocre de cada día al gesto valiente de tirarnos a la hoguera. Somos, tal vez, profetas roncos, pero dispuestos a seguir hablando años y años con nuestra ronquera. Tenemos el feo vicio de no apostar por sistema por las corrientes que se llaman progresistas. Quizá por eso a veces decepcionamos a nuestros mejores amigos, que esperaban apoyos o aplausos sistemáticos. Tampoco adoramos el equilibrio por el equilibrio o el centro como fórmula ideal. Decimos lo que pensamos sin preguntarnos antes si lo que decimos está a la derecha, en el centro, en la izquierda, o entre cualquiera de esas posiciones. Y, cuando no estamos muy seguros, nos callamos. Esto nos vale críticas y elogios alternados, pero la verdad es que no nos guían ni los unos ni las otras.

Esta postura -buena o mala, mediocre o positiva- nos ha valido una abundante compañía de amigos. Porque en realidad el grupo PPC ha estado siempre formado por dos círculos concéntricos: el de quienes aquí escribíamos y trabajábamos y el otro, mucho mayor, de quienes de un modo u otro nos acompañaban y seguían.

Porque -y este es el mayor de nuestros orgullos- Vida Nueva se ha sentido siempre rodeada de un anchísimo grupo de amistad y compañía. Junto a tantas revistas que se compran por compromiso, que apenas se leen, que nunca se esperan, la nuestra ha podido presumir siempre de algo que parece literatura, pero que es verdad: de contar en torno a sí con una verdadera familia de lectores. La altísima proporción de respuestas que reciben nuestras encuestas, la permanencia de la casi totalidad en nuestra suscripción durante años y años lo demuestra. Esa es probablemente la razón por la que Vida Nueva no busca al lector ocasional que la compra en el kiosco. Prefiere con mucho al lector que semanalmente la recibe porque semanalmente la espera y le interesa. (…)

En esta España de hoy

No quedaría completa nuestra definición de Vida Nueva -y nuestro hipotético lector del siglo XXV no entendería nada- si no recordáramos que está hecha y escrita en esta España de hoy. Es una revista española, con todo lo que esto tiene de exaltante y de condicionante. Estamos aquí, amamos a este país y por él estamos dejando buenos jirones de nuestra piel. Nos sentimos felices de ser españoles, aunque no caigamos en la ingenuidad nacionalista de creer que eso es lo más importante del mundo. Nos parece que ser español es tan importante para un español como ser francés para un francés, como ser polaco para un polaco o ser uruguayo para un uruguayo. Amamos esta tierra, amamos nuestra lengua, luchamos porque sean más felices quienes viven sobre esta misma piel de toro, pero esto no hace que pensemos que somos los más guapos, los más listos, los más buenos del mundo, ni nos da la razón siempre y en todo. De nuestra historia nos entusiasman muchas páginas y nos avergüenzan no pocas. Amamos las virtudes de nuestro pueblo, pero no somos lo suficientemente ciegos para llamar virtudes a sus vicios y aciertos a sus errores. Amamos a España, pero bastante más a la verdad y la verdad nos resulta especialmente exaltante cuando coincide con nuestro patriotismo. Cuando verdad y patriotismo nacionalista no coincidan, esperamos amar suficientemente a España para gritar que no.

Si esto es así respecto a la España de siempre, también lo es respecto a la de hoy, y mucho más claramente respecto al régimen que hoy la gobierna. (…) Vida Nueva no es, ni quiere, ni puede, ni debe ser una revista de oposición al régimen. Tampoco es una revista “del” régimen y ni siquiera una revista colaboracionista “con” él. No rechaza la colaboración con nadie, pero sí el colaboracionismo con cualquiera. Quisiera ser -como debe ser la Iglesia- una “conciencia crítica” de la sociedad en que vive.

Hemos dicho “quisiera ser”, no nos atrevemos a afirmar que estemos siéndolo de hecho. Más aún: estamos seguros de que dentro de la imprecisión del artículo 2 de la Ley de Prensa y del 14 de la Ley antiterrorismo esa “conciencia crítica” queda tan sustancialmente mutilada que no puede realizarse como tal. Y lo sentimos por el país, a quien serviríamos mejor desde ese papel libremente realizado; lo sentimos también por nuestros lectores, a quienes no ofrecemos toda la verdad que deberíamos; y lo sentimos por nosotros, que en no pocos casos experimentamos que nuestra conciencia vacila y nos pregunta si tenemos derecho a seguir con nuestras medias verdades.

Perdónesenos la sinceridad con que decimos estas cosas, pero ya que sabemos que no decimos toda la verdad, parece justo que también lo sepan quienes nos leen. Ciertamente no se nos obliga a mentir y jamás lo aceptaríamos. Pero también podemos engañar a quien tome como verdad entera nuestras medias verdades.

Pero, ¿qué hacer entonces? Entre el silencio y lo posible, Vida Nueva opta por lo segundo. Prefiere llegar cada día hasta donde puede y seguir luchando por llegar un día hasta donde debe. Mas es evidente que esta ambigüedad nos coloca en un falso juego: ¡cuántas veces no elogiamos muchas cosas que merecerían elogio positivo porque no encontramos el modo de elogiar también otras que merecerían elogio y de criticar aspectos que precisarían de la crítica! Pero no somos nosotros quienes hemos hecho la España de hoy y sus condicionantes. Con los pies en la tierra llegaremos hasta donde podamos. Que los lectores y la historia traten de comprendernos.

Mientras tanto quede aquí nuestro deseo rotundo de paz y de progreso en la justicia y en la libertad, nuestra fe en todo cuanto de positivo tiene la España de hoy, nuestra esperanza de una España futura sin violencia alguna y con libre colaboración de todos.

Después del número 1.000

Ahora seguiremos. No vamos a lanzarnos en estos últimos párrafos a inundar de promesas a nuestros lectores. Vamos simplemente a seguir, cada día lo mejor que podamos, lo mejor que sepamos. Tal vez, algún día ese hipotético lector del año 2500 a quien hemos dedicado todas estas consideraciones vea que, tras el número 1.000, siguen tomos y tomos de una revista llamada Vida Nueva. Los habremos hecho nosotros o nuestros sucesores, no importa. Lo que sí importa es que esos números hayan seguido contando una historia de servicio a la Iglesia, de entrega a la patria, de amor la humanidad.

En el nº 2.652 de Vida Nueva (especial 50º aniversario).