La tina del obispo


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La tina de 15.000 euros del obispo de Limburgo está empotrada en un baño tan espectacular como el palacio episcopal reformado a un costo de 40 millones de euros. Los periodistas han olvidado el brillante historial del obispo Franz Peter Tebartz von Elst, egresado de las facultades de filosofía y teología de las universidades de Munster y Friburgo, doctorado en Estados Unidos y en Francia, autor de libros de teología y de catequesis para adultos, profesor de la universidad de Münster y brillante prospecto del episcopado alemán para el cardenalato. Toda esa deslumbrante hoja de vida fue opacada por su fastuosa tina de baño.

¿Qué puede diferenciar esa tina de las comunes y corrientes, aún si se las dota de la grifería y chorros a presión de un jacuzzi? La pregunta plantea un problema similar a la comparación práctica entre un espléndido y poderoso Mercedes y un modesto Renault 4. Para responder a las necesidades de un obispo, de un párroco o de un joven capellán, ¿hay una diferencia sustancial e ineludible entre bañeras o autos de alto o bajo costo?

Para los comentaristas de los medios de comunicación, el dinero de la restauración del palacio y de la costosa tina en Limburgo, podría haberse destinado para obras sociales o actividades pastorales, de modo que su crítica se concentra en el discutible uso del dinero; para otros el error del obispo estuvo en su ostentación de nuevo rico, que lo hace semejante a los mafiosos y narcotraficantes de este lado del mundo, ávidos de riqueza y de poder.

Los titulares destacaron, además el contraste entre el obispo alemán, derrochador y ostentoso, y el obispo de Roma, austero y sencillo; y editorialmente aplaudieron la llamada al obispo alemán para que diera explicaciones, y la suspensión de su cargo, mientras Roma investiga.

Pero, ¿qué hay en el fondo de esta incomodidad frente a la tina del obispo de  Limburgo?

Desde su costosa tina monumental el obispo Tebartz von Elst desafía una posición evangélica frente a las cosas y al dinero. El cristianismo no desprecia el dinero, sino que le da un valor preciso cuando genera fraternidad. La reacción de las gentes de Limburgo cuando cruzan frente a la pretensiosa construcción de la sede episcopal, sus gestos y expresiones cuando comentan el costo de la tina, lo dicen todo.

Hay una forma estética –de buen gusto y elegancia espiritual– al gastar el dinero; hay una forma ética de respeto de lo público, de invertir dineros que provienen de los impuestos que en Alemania privilegian a la Iglesia; pero, por sobre todo, hay una forma evangélica de convertir el dinero en fraternidad y en libertad. Son las tres dimensiones del dinero que se pierden de vista desde la bañera episcopal.

Para que el manejo del dinero sea compatible con lo que un obispo representa, tendrían que introducirse en su uso una nueva actitud y unas formas distintas, de modo que el gasto sea inseparable de la actitud de compartir. El obispo Damphaus, predecesor de Tebartz, quien también había manejado las generosas  cantidades de dinero que reciben las diócesis alemanas, llamaba la atención por la austeridad y sencillez de su vida y porque en sus manos el dinero servía para unir y no para sembrar sospechas.

Puede ser que los escandalosos gastos del obispo Tebartz no den lugar a las injusticias grandes o pequeñas inevitablemente asociadas a la vida ostentosa y al gasto improvidente, pero en cambio contradice el ser y el parecer de un obispo, ese talante espiritual de nuevo rico que “reduce su existencia a ser reconocido y admirado por su dinero y por sus lujos, por la posición social que ocupa y por el alto nivel de vida que se puede permitir”, según la expresión utilizada por Pagola en su comentario de san Marcos (El camino abierto por Jesús. Marcos. PPC. 2012).

En el pensamiento de Jesús no se puede servir a Dios y al dinero; uno es el espacio de Dios y otro el del poder; y tanto el poder como el dinero deben ser liberados de los demonios de la avidez, de la injusticia, de la ostentación, poniéndolos al servicio de la fraternidad.

El hartazgo, el lujo, la acumulación egoísta y avarienta del dinero aparecen así como lo no cristiano y remarcan su siniestra catadura de injusticia. Tan propia es esta marca de la sobriedad en el rostro del cristianismo que excesos como el de las pensiones exorbitantes de magistrados y congresistas, que el Procurador defiende como derechos adquiridos, pueden tener todas las credenciales de los códigos y de las cortes, pero nunca las del Evangelio. No es cristiano el culto del dinero, ni el estilo de vida del que están ausentes la sobriedad y la disciplina, que les da el lugar principal a la fraternidad y al ejercicio de compartir, y subordinan el atesorar y el ostentar.

Es una señal de la presencia del reino de Dios un orden en que la vida y los bienes hacen más humanos a los humanos, quienes a su vez descubren su humanidad cuando son hermanos. Ni el palacio lujoso ni la bañera costosa estaban cumpliendo esa función, por eso el obispo de la tina lujosa, está suspendido.