Francisco enseña a evangelizar


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El Evangelio transmite vida, por eso para anunciarlo es necesario vivirlo

Al evangelizar, el papa Francisco está enseñando a evangelizar. Alguien se preocupó por su condición mediática: en efecto, atrae a los medios, su presencia en algún medio es garantía de circulación o de sintonía; sus gestos y palabras son tema de conversación; cuando expresan su entusiasmo y aprobación, muchos agregan: no soy creyente, o no practico, pero este Papa es otra cosa.

Como si rompiera una costra, o derribara un muro, Francisco está llegando, no como un vendedor de cosas, sino como quien comparte algo que no puede quedarse guardado.

Me quedo viendo dos fotografías publicadas en esta revista: rodeado de religiosas que lo cercan, ríe espontáneo y feliz, dejada a un lado la solemnidad y el estiramiento del sumo Pontífice. Es un hombre común que celebra un buen chiste o un buen momento, rodeado de amigos. Me parece oír esa risa libre y sonora, de un viejo amigo.

En la otra fotografía también sonríe y lo hace acompañado de unas mujeres que con él rodean a un bebé que, con los ojos cerrados, llora a grito herido. Ese llanto se oye en la foto y lo domina todo; provoca la sonrisa del Papa que de buena gana lo habría tomado en sus brazos haciéndole arrumacos como cualquier abuelo.

Esas imágenes, publicadas en todo el mundo transmiten una señal pre-evangelizadora: es alguien como uno; tal fue la garantía inicial que ofreció Jesús, el hijo de José, el carpintero, y de María, vecinos de Nazaret. Lo veían así, alguien como uno.

A Francisco no lo deslumbró el poderío histórico ligado a la condición de cabeza de la cristiandad. Se presentó ante el mundo como alguien necesitado de las oraciones de la gente y como obispo de Roma. Otra condición para evangelizar: despojarse de poder y hablar como igual entre iguales, por eso la renuncia a símbolos y ornamentos de poder. ¿Recuerdan esas imágenes de papas coronados con una triple diadema y llevados en hombros de nobles romanos en una silla gestatoria rodeada de flabelos, como si se tratara de algún faraón? Toda esa utilería de poder quedó atrás, y si algo quedaba, Francisco la está eliminando, porque el poder es otro obstáculo para evangelizar.

Tampoco se puede evangelizar desde la cumbre helada de la infalibilidad. A Francisco no le preocupa que sus comparaciones y expresiones sencillas puedan escandalizar a los acostumbrados a las declaraciones infalibles. Dentro de ese contexto su ejemplo sobre el que insulta a la mamá y recibe un golpe, o sobre las parejas que se multiplican como conejos, o sobre la oportunidad de unos golpes en el trasero de un niño rebelde, sorprendió a periodistas y feligreses que no entendieron, o no quisieron entender el propósito de un hombre dispuesto a comunicar, porque esa es otra condición para evangelizar.

Fuerza y atractivo

Los semiólogos están examinando con lupa los gestos y palabras de Francisco para desentrañar sus contenidos, pero la realidad es que todas esas manifestaciones encajan como piedras de una joya, en el gran mensaje evangélico. El Evangelio, más que palabras, transmite una vida, de modo que la mejor forma de anunciarlo es vivirlo.

Cada gesto de Francisco es una palabra viva. Cuando acepta la renuncia del obispo alemán orgulloso de su palacio de lujo y su bañera extravagante; cuando se sienta a comer con los presos de Nápoles; cuando fraterniza con los líderes de otras religiones o intima con Raúl Castro, allí no hay relaciones públicas ni demagogia, hay Evangelio puro que no necesita palabras porque es una doctrina en acción. Esa es otra condición para evangelizar.

Es sorprendente la conclusión a que se llega cuando se examinan las palabras y los gestos de Francisco que tanto admiran y entusiasman al hombre de hoy.

¿Cuál es su fuerza? ¿En qué consiste su atractivo?

En que todos tienen el aire, el sabor, el sonido, la fuerza de un Evangelio puro y sin contaminaciones.

Tal es la clave que deja en el aire otra pregunta: ¿Sólo ahora se puede percibir esa fuerza del Evangelio? Y antes, ¿qué?

La de Jesús es una realidad siempre nueva. Y el anuncio de su reino en cada tiempo será nuevo. Puesto que Él hace nuevas todas las cosas, su palabra será siempre una novedad. Es una realidad que rebasa el estancamiento y la pasividad. Por eso, aunque antiguas, las palabras de Francisco suenan nuevas, con esa novedad que da el Espíritu. Y mantener esa novedad es la clave de la evangelización según Francisco.