El teólogo homosexual


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La fotografía es agresiva: con un gesto de languidez el teólogo del Santo Oficio, hoy llamado Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesor de los recios e implacables inquisidores, apoya su cabeza en el hombro del catalán, activista de las LGBT, que es su pareja.

La imagen es agresiva porque rompe moldes como el estereotipo del Defensor de la Doctrina en la Congregación: cerebral, convencido hasta los tuétanos de la doctrina; de solidez intelectual, coherente y definido.

Los pies de foto agregan detalles: durante 17 años el teólogo vivió como homosexual oculto: tanto en los tiempos de estudiante en la Universidad Gregoriana y después en sus cargos en la Santa Sede.

El hecho, como sucede con todos los escándalos, tiene por un lado la consistencia leve de los hechos de sensación que estimulan la prensa sensacionalista, los comentarios y la conversación de café; pero tiene, además, una consistencia sólida, que es la que convierte el hecho escandaloso en punto de partida de un examen y de un cambio.

La revelación de su homosexualismo en vísperas de la apertura del sínodo sobre familia fue una oportunidad que el teólogo aprovechó para criticar la postura de la Iglesia frente a los gays. Lo hizo en una tumultuosa rueda de prensa en que los periodistas tuvieron a disposición dos temas de sensación: esas críticas y la historia del teólogo homosexual.

De esa rueda de prensa y del escándalo mediático que siguió resultan las preguntas que perturbaron el ambiente del primer día del sínodo: ¿cuál es la posición de la Iglesia frente a los gays? ¿Hay una posición respaldada por las escrituras? ¿O por la doctrina? ¿O por la tradición? ¿Es, acaso, el resultado de una presión cultural?

Si la pastoral aconseja respeto y ayuda espiritual para los gays, ¿cómo se explica que un seminarista y, luego, un sacerdote gay tengan que mantener en secreto y como un crimen su condición sexual?

Las preguntas dejan al descubierto una contradicción entre los hechos y los principios: estos ordenan respeto y ayuda; pero en la práctica el gay es objeto de rechazo. Una aplicación coherente concluiría con su aceptación en los seminarios y en la vida pastoral; o con su rechazo en la vida sacerdotal y con un lugar dentro del laicado.

La ambigüedad en este punto aparece como una de las razones del conflicto y del escándalo.

Si hay un rechazo por la opción sexual de los gays, ¿cuáles son las razones doctrinales para esa actitud?

Las recomendaciones pastorales del sínodo del 2014 hablan de tolerancia y misericordia, pero parecen dejar por fuera casos como el de este teólogo homosexual de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Lo nuevo y destacable es la falta de claridad que late en el fondo. Este teólogo fue destituido de sus cargos: ¿por ser gay? ¿Por tener pareja? ¿Por haber revelado su condición en vísperas del sínodo, según explicó el vocero oficial, el padre Lombardi?

Y vuelve la misma y no respondida pregunta: si la de ser gay es una condición que la Iglesia considera digna de atención pastoral, ¿por qué destituir al sacerdote gay?

La destitución implica una forma de condena, ¿cuál es la razón de esa condena? ¿Y cuáles son las graves razones del escándalo?

Es, por tanto, una situación de confusión, que ha propiciado actitudes equivocadas, por falta de una información precisa y honesta.

El cuidado pastoral de los homosexuales requeriría, de entrada, la eliminación de las ambigüedades y de las medias verdades y la adopción de fórmulas claras: tenemos o no tenemos una información suficiente para adoptar actitudes de rechazo o de acogida; de condena o de comprensión; y actuar en consecuencia.

Esa pastoral implicaría, además, un estudio del fenómeno y de las reacciones sociales que se producen. Si es una cultura de rechazo al gay, esa cultura puede ser orientada y purificada de prejuicios.

Como en el caso de la negativa a la aspiración de las mujeres al sacerdocio, se trataría de averiguar si es una presión cultural, no doctrinal, la que impide ver claro y actuar según el Evangelio.

O si se trata de una dificultad agravada por la presión mediática, la que influyó en el rechazo del matrimonio gay, o de la adopción por parte de las parejas gay, posiciones que dejan en la confusión el status del gay en la Iglesia; su posibilidad de acceso a las órdenes sagradas y al sacerdocio. Son temas en que la indefinición y las ambigüedades hacen daño a las personas y propician ofensas a la misma Iglesia.

La pastoral de cuidado de este grupo humano exige, pues, la verdad capaz de eliminar prejuicios y de arrojar luz sobre la naturaleza ética de esa opción sexual. A partir de ahí, esa pastoral se ha de concentrar en el hallazgo de todas las aplicaciones concretas del mandato de la misericordia, esa manera de mirar el mundo y los fenómenos humanos, con los ojos de Dios.