El país de los no deseados


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En la encuesta nacional de Demografía y Salud publicada  en el mes de marzo, hubo un resultado que apenas si fue registrado: el alto porcentaje de niños no deseados.

Es un grupo al que entran los bebés que nacen como consecuencia de una violación, o los que fueron engendrados por un “descuido” de sus padres, o los que se ven como un alto precio de una relación que debía ser placentera y transitoria. Son niños que entran a la vida por la puerta de atrás, como a escondidas, y que llevan consigo ese ultraje de lo no aceptado, o de presencia impuesta a la fuerza.
En algunos será una marca determinante de su carácter, otros superarán la huella hasta que algún hecho la haga aflorar; y es posible que en otros, los menos, el rastro desaparezca. Pero no ser deseado, entrar al mundo sin ser invitado, no es un hecho trivial o sin consecuencias.
Lo sienten así los adoptados que descubren el rechazo de sus padres biológicos. En octubre pasado 60 adoptados españoles presentaron una denuncia colectiva ante la Audiencia Nacional, para definir por qué los habían rechazado. Los sesenta han creado una asociación, la ANADIR, Asociación Nacional de Afectados por adopciones ilegales. Todos comparten el mismo sentimiento de rechazo y desean tener delante a sus padres biológicos, no para demandar de ellos alguna muestra de cariño, sino para que respondan: ¿por qué me rechazaste?
Las razones posibles son numerosas y explican la estadística colombiana que eleva el número de hijos no deseados a casi el 50%.
De los tiempos en que las madres solteras tenían que esconderse, avergonzadas, provienen numerosos casos de esos que en las novelas aparecen en cestas abandonadas al pie de los conventos o de las iglesias.
Las inspecciones de policía en Colombia guardan historias de bebés abandonados en basureros, en cunetas de carreteras o en parques, muchos de ellos porque sus padres no los podían sostener. Alguna mujer se deshizo de él porque era fruto de la infidelidad. Esta última frase podría ser de alguna telenovela, porque el bebé abandonado ha llegado a ser parte de los lugares comunes en los malos libretos de la televisión.
Y así como bajo el régimen chino un segundo hijo es un delito, en la democracia colombiana ha prosperado la idea de que tener más de dos o tres  hijos es un acto de irresponsabilidad y, en el caso de las familias pobres,  esos hijos de más deberían ocultarse.
En todo caso, cuando se repasan las razones del abandono de un bebé, las acusaciones no se detienen solo en los padres biológicos que muchas veces son solo otras víctimas, y van más allá, a cuantos han tenido que ver con la creación de una cultura en que el hijo dejó de ser una bendición y se miró como una carga.
¿Ese complejo de culpa con que las mujeres pobres miran un nuevo embarazo, viene de esa cultura?
¿Son razones religiosas las que se alegan para condenar a las madres solteras y las que finalmente las convencen para que miren a sus hijos como no deseados y los abandonen?
También pueden ser sociales las razones para el abandono. No se deben tener hijos que uno no pueda sostener. Esto opera como un dogma inapelable.
Hay otra clase de razones: primero hay que disfrutar de la vida, después dedicarse a los hijos.
Son los argumentos por los que un hijo puede llegar en un momento inoportuno y ser otro no deseado.
La publicación de la estadística sobre los hijos no deseados coincidió significativamente con los titulares de la polémica sobre la adopción de niños por las parejas gay, y trasladó a estos adoptados la pregunta sobre los no deseados. ¿Habría que sumar a los no deseados, los que son adoptados por las parejas gay?
Es evidente que no. Comparados estos niños adoptados por estas parejas, con los otros, es evidente que tienen ventaja sobre los no deseados.
Los adoptados en las parejas gay sí son deseados. Habrá las limitaciones que son objeto de discusión en el trámite del proyecto de ley, pero es una adopción en la que desaparece el estigma del no deseado.
La comparación entre esas dos situaciones y clases de niños, pone de relieve el poder dignificador del amor con que se recibe a un niño. Y esto es lo definitivo, según se lee en el comunicado de la Conferencia Episcopal: “la defensa del interés del menor debe primar frente a cualquier otro tipo de reivindicación”. VNC