¿El miedo puede servir para algo?


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Es difícil hacer referencia a los ataques terroristas sin caer en frases hechas y sin ceder a la tentación de escribir lo que los lectores quieren leer. Decir que se trata de un fenómeno complejo es lo mismo que no decir nada, al menos nada que no se sepa y se haya repetido hasta el cansancio.

Nos llegan fotos de un París de luto, aterrorizado y también amenazante. Pero no nos llegan imágenes ni palabras desde los no tan lejanos territorios dominados por el Estado Islámico (ISIS) y bombardeados con la misma impiedad que se utilizó en París, en Mali y, antes, en otras ciudades.

Decir que este fenómeno complejo exige una reflexión profunda también suena a letra muerta. Sin embargo es el único camino de salida. La historia demuestra hasta el cansancio que las bombas y el terror solo siembran más desgracias. Pero la reflexión que exige la hora no es política, ni militar, antes de eso está el ser humano. Lo que urge es una reflexión como la que plantea Francisco en Laudato si’, un pensamiento pre-político, que vaya hasta lo más hondo del drama de la humanidad en estos tiempos a la vez trágicos y fascinantes.

Desarmados

Las grandes potencias se enfrentan a un dilema impensado. Durante toda la Guerra Fría gastaron fortunas incalculables en armamentos capaces de destruir el mundo varias veces; actualmente sus arsenales están repletos de sofisticados armamentos. Sin embargo, todas esas armas resultaron completamente inútiles. La causa es simple: al enemigo no le importa que lo maten. El combate no es entre ejércitos dispuestos a conquistar un territorio. Todo el armamento de la poderosa Francia se enfrenta a una mujer caminando por París dispuesta a inmolarse al accionar la bomba que lleva entre sus ropas. Ante ese enemigo, Francia, y el mundo supuestamente “civilizado”, están indefensos.

Quizás esa situación de desamparo no sea tan negativa como parece. El miedo paraliza y, al hacerlo, nos lleva a considerar qué es lo que nos mueve. Cuando es imposible moverse solo quedan dos alternativas: quedarnos quietos o buscar un motivo para salir de la parálisis. Un motivo es justamente algo que mueve. Podemos distraernos discutiendo sobre guerras de religión o choques de civilizaciones, o podemos preguntarnos algo tan simple y difícil de contestar como la pregunta ¿qué nos mueve?, ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿qué sociedades estamos construyendo cuando las armas son cada día más necesarias y a la vez más inútiles?

Pero el terror no solamente paraliza. También genera un odio y una violencia que desconocíamos llevar en nuestro interior. El miedo se convierte así no solo en un molesto compañero de camino, sino también en un maestro que nos enseña aspectos de nuestro corazón que habitualmente no estamos dispuestos a mirar. Lo peor de la violencia terrorista es que saca a la superficie lo más infame de nosotros mismos. Pero eso no es necesariamente algo negativo, es bueno conocernos y aceptar lo que también hay de siniestro en cada uno, solo así seremos capaces de quitar de nosotros esas realidades que tanto daño causan en nosotros y en los demás.

El Papa, en uno de los párrafos más fuertes de su encíclica Laudato si’, nos dice: “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social que termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad” (LS 231). Francisco habla de la ecología, del cuidado del planeta, pero va más allá: pone de manifiesto la raíz de los desencuentros sociales que están también en el origen de la violencia que padecemos.

Quizás el miedo sirva para arrancarnos de “esa alegre superficialidad” y nos empuje a la construcción de otro tipo de sociedad, de familia, de vida. Aunque nos cueste reconocerlo, sabemos muy bien: lo que está en juego es el futuro de la humanidad. Nada más y nada menos.