Abrir la puerta


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Tiempo de Navidad. Recuerdos de escenas que en la niñez se grabaron para siempre en los corazones. Recuerdos de imágenes, una de ellas: la puerta de la posada que se cerraba ante la jovencita parturienta, no había sitio “para ellos”. Otra imagen: el pesebre, allí no había puertas para detener a los pobres que se acercan a ayudar a esos excluidos que, junto a los animales, habían traído al mundo un niño frágil, muy frágil, como todos. Esos pobres que, llevando algunos regalos, pequeñas ayudas para aliviar a la situación de esa familia, aún hoy siguen presentes en nuestros pesebres hogareños.

Tiempo de Jubileo. Tiempo de Misericordia. El papa Francisco abre la pesada puerta de la Basílica de San Pedro cuando aún está en la memoria de todos la apertura de la otra puerta del Jubileo en Bangui, en el corazón del África, el inmenso pesebre de nuestro mundo. La Iglesia abre las puertas “para ellos” y anuncia un tiempo de misericordia en un planeta que cierra puertas y levanta muros.

Tiempo de poner la misericordia por encima y por delante de cualquier otra consideración: “¡Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia. Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia!”. Lo decía el papa Francisco en su homilía poco antes de abrir la Puerta Santa.

La apertura de la Puerta Santa en Roma y Bangui
es una invitación a abrir nuestras propias puertas cerradas

Tiempo también de recuerdo y conmemoración de la conclusión del Concilio Vaticano II. Cincuenta años de aquel momento privilegiado en el que el Espíritu abrió las puertas de una renovación eclesial imposible de detener. Quizás nuestra pequeñez de corazón la haya demorado y entorpecido, pero la acción de Dios no se detiene y la suave fuerza del Espíritu triunfa siempre. Esa transformación sigue su curso inexorable.

Francisco aclara el sentido de esa evocación: “Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro”. Y luego explica a qué se refiere cuando habla de “encuentro”. No se trata de un encuentro de obispos, de una cuestión organizativa, de una reflexión interna sobre cuestiones eclesiales, el Vaticano II fue mucho más que eso: “Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero.”

Sí, se conmemora con el Jubileo de la Misericordia un momento clave, un cambio de rumbo, una intervención concreta de Dios en la historia de la Iglesia y del mundo: “un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo…; dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio.”

 

La juventud de la Iglesia

“La Iglesia es vieja, muy vieja –decía san Juan XXIII– pero no es vieja como un museo, sino como la fuente del pueblo que entrega siempre agua nueva”. Esa agua siempre fresca y nueva es la alegría del Evangelio que generación tras generación la Iglesia va derramando en el corazón de hombres y mujeres.

La apertura de la Puerta Santa en Roma y Bangui se multiplica después en todas las catedrales del mundo. Es una invitación a cada uno. Invitación a peregrinar e invitación a abrir nuestras propias puertas cerradas, siempre hay alguna. Cada familia, cada comunidad, cada sociedad, tiene puertas que no se abren. Detrás de esas puertas cerradas suele habitar el temor, viejas heridas que no han sido curadas, experiencias dolorosas e incomprensibles, en definitiva ausencia de amor. “Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.”

La joven Iglesia de dos mil años sigue entregando palabras y gestos nuevos. Como el logo del año de la misericordia que nos muestra al buen samaritano cargando al herido y en sus rostros muy juntos hay solamente tres ojos, una única mirada.