Yo estaré con vosotros

(Juan María LaboaProfesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas) Asistí a las siete palabras en una ciudad sin ambiente cuaresmal, concelebré la misa crismal con sacerdotes de más de 73 años, celebré los oficios en otra diócesis con una asistencia no más joven. Tuve la sensación de una luz que agonizaba.

Sin embargo, pienso, con Mauriac, que “somos los primeros cristianos”, es decir, que estamos en los comienzos de la transformación del mundo y que la lucha contra el mal, contra la injusticia, es una lucha de siglos, por lo que nuestras ambiciones y temores son muy poca cosa. No se trata de engañar la espera de quien sufre, de quien se estremece, o de aconsejar la falsa paz, la paz de la comodidad, a quien conoce el peso del mal e intenta hacer algo. No, lucharemos contra toda desesperanza, acompañando a quien, manteniendo la llama del corazón, esté obstaculizado por la fatiga, el cansancio y la desconfianza.

Es una acción que nace de la meditación de la pasión y de la muerte de Cristo, más allá de la pura predicación retórica. Cristo muere y sufre cada día a nuestro alrededor, y esto no puede ser sólo materia de espectáculo, sino que exige participación.

Debemos inquietarnos e inquietar al prójimo. Pero, ¿cómo se inquieta un espíritu? Haciendo nacer en él la duda, el ansia, dando una razón de su descontento; éste es el único modo de introducirse en el alma del alejado. Hacerle comprender que la vida jamás aplacará su ansiedad.

Devolverle la confianza y, sobre todo, dejarle entrever un cristianismo que sea algo distinto y mucho más que una organización. Si el alejado tuviera la certeza de encontrar la palabra, la palabra vivificante en el cercano, gran parte del problema estaría resuelto y vencida la distancia.

 

Compartir