Un joven distinto para una civilización nueva

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Benedicto XVI señalaba también el perfil de este joven que tenía que se promotor de esa nueva civilización del amor: escuchar de verdad las palabras del Señor, pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz…”.

Vosotros, les decía el Papa, contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más áun, sois protagonistas de esta nueva civilización. Se trata, en definitiva, de hacer que el Reino de Dios resplandezca en medio del mundo.

Ante el llamado “eclipse de Dios”, se insiste en la necesidad de trabajar para construir una sociedad, unas relaciones internacionales, un diálogo intercultural e interreligioso donde la justicia, la solidaridad, la cordialidad y el amor estén siempre presentes.

Condición indispensable para esta nueva civilización es la referencia a Dios. Sin una mirada de trascendencia, cualquier intento por esta novedad resulta imposible. Si se trata de jóvenes católicos, es absolutamente necesario un interés por Cristo y por todo lo que su mensaje representa. Arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe, como se subrayaba una y otra vez en la JMJ de Madrid.

Benedicto XVI señalaba también el perfil de este joven que tenía que se promotor de esa nueva civilización del amor: escuchar de verdad las palabras del Señor, pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz, protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de las propias acciones y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la Creación, que estén dispuestos a dialogar con Dios, arraigados en Cristo y ofreciéndole la propia libertad.

Para todo ello, como decía a los jóvenes profesores universitarios, los jóvenes necesitan auténticos maestros, personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar, conscientes de la necesidad de diálogo interdisciplinar, personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad.

Pero no son pocos los obstáculos con los que los jóvenes se van a encontrar en este proyecto de una nueva civilización del amor. Aparecerá esa sutil tentación de pensar que no se necesitan más luces y orientaciones que las que pueden salir de uno mismo, del propio subjetivismo.

No se necesita ni otro horizonte ni otro Dios, sino la libertad de hacer lo que la propia voluntad o el capricho de cada uno puede pedir en cada momento. Extraña muralla inmigrante es la de esas ideologías que encierran y encadenan todo pensamiento racional para quedar engullido en el utilitarismo.

No puede pensarse en una civilización del amor sin unos hombres y unas mujeres jóvenes convencidos de que otro mundo es posible, pero no por el camino de la violencia, sino por el de la justicia, el derecho y la paz.

Decía Benedicto XVI: “Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuesra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir als correintes de moda, se cobijan en el interés inmediao, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin objetivos” (Plaza de Cibeles, 18-8-2011).

En el nº 2.769 de Vida Nueva.

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