Un eterno interrogante

JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

Sínodo de los Obispos de 1971. Dos temas sobre el tapete: el sacerdocio ministerial y la justicia en el mundo. Y aunque el rol de la mujer en la Iglesia tenía un alcance universal, no afectaba a la agenda de la Asamblea.

Sin embargo, el cardenal canadiense George B. Flahiff no pudo acallar su conciencia, poniendo en jaque las objeciones exegéticas del acceso de la mujer a los ministerios, y se aventuró: “Los obispos canadienses sugerimos al Sínodo de los Obispos y al Santo Padre el inmediato establecimiento de una comisión mixta de obispos, presbíteros, laicos, laicas, religiosos y religiosas que estudien en profundidad la cuestión de los ministerios de la mujer en la Iglesia”.

Pasó el tiempo. Y mientras Mulieris Dignitatem trazó el papel de la mujer en la Iglesia, la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis declaró que el sacerdocio estaba reservado a los hombres.

En el Sínodo sobre la Familia, el arzobispo Paul-André Durocher planteó el diaconado femenino. Pero el punto 27 de la Relatio solo abogó por una mayor responsabilidad de la mujer en los órganos de gobiernos de la Iglesia. El 27 de noviembre de 1965, en el nº 498, José María de Burgos delineó las posibilidades de la mujer para alcanzar “el restablecimiento de su diaconía, como en la Iglesia primitiva”.

¿Será para Francisco una consecuencia sinodal la reapertura de un debate que algunos pretenden sempiterno?

En el nº 2.966 de Vida Nueva

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