Toques de atención presinodales

Algunos escritos publicados últimamente parecen buscar orientar el próximo Sínodo de la Familia

Grupos de divorciados insertados en parroquias.

Grupos de divorciados insertados en parroquias.

JOSÉ Mª DÍAZ MORENO (SJ), UNIVERSIDADES PONTIFICIAS COMILLAS-MADRID Y SALAMANCA | La importancia que el papa Francisco atribuye al próximo Sínodo sobre la Familia es un hecho evidente. Pero quisiera destacar dos notas que le dan un significado especial.

La primera es, además, peculiar y original. Me refiero a que el Instrumentum laboris con las cuestiones que el Sínodo debe abordar se ha confeccionado tras consultar a las diócesis de todo el mundo. En los sínodos anteriores, el índice de materias se confeccionaba en la Curia vaticana. De hecho, al menos de forma prevalente, solo se consultaba a un solo sector: el clerical y jerárquico. Para este Sínodo, Francisco ha extendido esa consulta a toda la Iglesia. No le ha parecido suficiente una visión clerical de la familia cristiana, sino que ha buscado una visión de la familia cristiana desde la familia misma.

La segunda nota son las dos fases o sesiones del mismo: la extraordinaria de 2014 y la ordinaria de 2015, señal de la importancia que este Sínodo tiene para Francisco.

Escritos y declaraciones de algunos teólogos, y muy especialmente de algunos cardenales, centran su atención en un punto concreto, grave y conflictivo, pero no creo que constituya el principal problema de la familia cristiana hoy, ni que vaya a centrar, única o principalmente, la atención sinodal.

Me refiero a los casos de quienes contrajeron un matrimonio canónico y, ante el fracaso irreversible del mismo, al no encontrar remedio en el ordenamiento matrimonial canónico, han contraído un nuevo matrimonio meramente civil y, habiendo conservado su fe y constituido una nueva familia, piden recibir la Eucaristía. Siendo un problema grave, dolorosamente, no es este el único y principal problema de la familia cristiana. El más grave es la progresiva descristianización de la familia y, en consecuencia, la dificultad de la vivencia cristiana del matrimonio y su repercusión en la transmisión de la fe a los hijos.

Pero limitándome al problema que presentan los divorciados creyentes vueltos a casar que piden recibir la Eucaristía, y al que se refieren de manera especial los escritos y declaraciones que motivan esta reflexión, me parece advertir que esos escritos quieren ser una especie de toque de atención presinodal, afirmando que la actual normativa sobre la recepción de la Eucaristía por los divorciados vueltos a casar es intocable e inmutable.

Tengo interés en diferenciar de estos escritos la aportación del cardenal Kasper El evangelio de la familia, que reproduce su intervención en el consistorio convocado por el Papa, donde se limita substancialmente a suscitar preguntas y sugerir nuevas posibilidades pastorales, dentro, como es lógico, del mayor respeto a lo dogmático. No puedo opinar lo mismo del libro-entrevista al cardenal Müller (La esperanza de la familia) y, especialmente, disiento de El verdadero evangelio de la familia, de J. J. Pérez-Soba y S. Kampowski, en el que se intenta una muy discutible refutación de las opiniones del cardenal Kasper.

Respeto la opinión de quienes creen que la normativa actual (Familiaris Consortio, 84) es irreformable, pero somos no pocos los que creemos que, sin negar datos que pertenecen al depósito de la fe sobre el sacramento del matrimonio y a la doctrina católica sobre la indisolubilidad absoluta del matrimonio sacramental, y en cuanto sacramental consumado, que es el único matrimonio que, si fracasa, no puede ser disuelto por el Papa, es posible buscar otra normativa de la Iglesia sobre los divorciados recasados y creyentes que piden recibir la Eucaristía.

Creemos que esa normativa actual no es una cuestión definitivamente cerrada y que no admita una evolución donde se dé más relevancia a la conciencia de los interesados y una mayor atención a la peculiaridad de cada caso, porque, en este materia, como ya indicó claramente san Juan Pablo II, “los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiaris Consortio, ib.). Creo que, desde el Sínodo de la Familia de 1980 (propuesta sinodal 14), se viene pidiendo, desde diversas instancias eclesiales y en muy diferentes contextos, “que se realice una nueva y más profunda investigación de esta materia, teniendo en cuenta la práctica de las Iglesias de Oriente, de forma que se evidencie mejor la misericordia pastoral”.

Ese momento ha llegado con este Sínodo. Por ello, intentar –explícita o implícitamente– excluir esa cuestión de la reflexión sinodal o prejuzgar el resultado de la misma, es desconfiar del valor doctrinal y normativo de “este instrumento insustituible de colaboración al ministerio universal del Papa”, como lo definió Pablo VI.

En el nº 2.910 de Vida Nueva

 

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