Tiempo de siembra

(Antonio Gil Moreno) El otoño nos trae siempre la imagen del surco y del sembrador -ahora ya, con la técnica, el tractor que avanza, arrojando la semilla a la tierra-, y nos invita a recordar el bello poema de Verlaine, el de Las hojas muertas: “Los largos sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón con una languidez sonora. Agitado y pálido, cuando suena la hora, yo me acuerdo de los días pasados, y lloro, y me voy con el maligno viento, que me lleva de acá para allá, igual que a las hojas muertas…”.

Pero, también, en otoño, se encaraman en el recuerdo los versos de aquella monja jerónima, sor Cristina de Arteaga, invitándonos a la siembra: “Sin saber quién recoge, sembrad, / serenos, sin prisas, / las buenas palabras, acciones, sonrisas… / Sin saber quién recoge, dejad / que se lleven la siembra las brisas”. 

Sembremos siempre la semilla de la palabra limpia, justa, oportuna, estimulante; sembremos la semilla del gesto hermoso, sencillo, fraternal, perdido entre ruidos, pero cercano a la gente; sembremos la semilla de la acción eficaz, del deber cumplido, de la misión encargada, del recado encomendado. “Yo abriré la mano para echar mi grano…”. Con ilusión, con esperanza… Sonriente y feliz.

En el nº 2.630 de Vida Nueva.

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