Somos lo que oramos

PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“El grado de nuestra fe es exactamente el de nuestra oración; pero también la fuerza de nuestra esperanza, o la de nuestro amor, es la fuerza de nuestra oración”.

Agradecer lo que no se comprende es casi lo más grande que puede dar la fe. La fe es una aventura, no comprendo cómo puede vivir un creyente sin este espíritu de aventurero. Y en mi vida de aventurero, como en la de todo cristiano auténtico, ha crecido tanto mi soledad como el sentimiento de estar íntimamente acompañado.

Ahora, por ejemplo, a mis 47 años, extiendo la mano, palpo el aire que me rodea y sé que –a mi modo– he acariciado a Dios. Ahora sé que somos lo que oramos. El grado de nuestra fe es exactamente el de nuestra oración; pero también la fuerza de nuestra esperanza, o la de nuestro amor, es la fuerza de nuestra oración. No hay mejor termómetro del valor real de la vida de un hombre que la calidad de su oración.

Creo que ser creyente significa descubrir que nada es casual y nada va a perderse. Sé que ninguno de mis esfuerzos por imitar a Jesús ha caído en saco roto: todo será aprovechado y en el cielo hay una especie de banco donde se amontonan nuestros afanes por acercarnos a Dios. E imagino que Él, como banquero solícito, no nos los devuelve como se los pedimos, sino cuando más conviene y multiplicados.

Me consuela pensar que ninguno de mis esfuerzos se ha perdido; y más me consuela esta fe que tengo en que Dios, como todo enamorado, colecciona y acaricia nuestros gestos de amor. Nunca se piensa lo suficiente en lo extraordinario que es ser amados por Dios.

A veces he pensado que nunca ha habido alguien tan acompañado como yo. Si la gente lo supiera, me envidiarían como envidia a quienes se aman alguien que ha perdido un amor.

En el nº 2.776 de Vida Nueva.

Compartir