Sombras ante el Año Sacerdotal

(Enrique Cabezudo Melero– Presbítero, Jaén) Hoy, fiesta del Corazón de Jesús, cuando escribo estas notas, el Papa va a inaugurar el Año Sacerdotal que ha convocado con motivo del 150º aniversario del Santo Cura de Ars. No dudo que este año puede producir grandes bienes para la Iglesia, pero hay, sin embargo, unas sombras que pueden hacer que este año no produzca todos sus frutos.

En primer lugar, no creo que sea bueno partir del principio de que la Iglesia será santa si los curas son muy piadosos. Digo esto porque ya desde hace tiempo se viene insistiendo en este tema, como si los obispos, que, por cierto, también son sacerdotes, tuvieran ya revalidada su santidad y los laicos no fueran más que buenas ovejas seguidoras de sus pastores.

Ya he oído por ahí, en comentarios ligeros y superficiales, que reflejan ambientes no tan ligeros ni superficiales, que nos van a meter ¡por fin! en cintura a los curas. Y ese meter en cintura se reduce en último término a que vistamos de uniforme y mostremos ante el mundo la imagen más anodina posible. ¡La de cosas buenas que podrían hacer los obispos si los curas fueran obedientes corderos! Pues vaya…

En segundo lugar, creo que se ve demasiado el paradójico anticlericalismo que nace de un clericalismo desenfocado. Lo dicho: si los curas fueran buenos, la Iglesia funcionaría bien; luego si la Iglesia funciona mal, es que los curas no son buenos. 

En tercer lugar, la misma elección del modelo sacerdotal que se presenta. No juzgo a san Juan María Vianney, pero me resulta poco atractiva la deformada imagen que se presenta de él y de su ambiente: un hombre poco inteligente que, a base de penitencias desmesuradas y de horas sin fin de confesionario, infundió vida nueva a un pueblo descristianizado. Dejando de lado que el pueblo no estaría tan descristianizado cuando hacía tan largas colas ante el confesionario, creo que se descontextualiza una vida entregada al Señor en un ambiente de renovación religiosa que propugnó un modelo de santidad y de Iglesia, que a la larga, pese a sus grandes frutos de santidad, se agotó al cambiar definitivamente el mundo. 

Ojalá que este Año Sacerdotal abra un verdadero debate sobre la organización de la Iglesia y sobre la figura del dirigente eclesiástico. Si todo se reduce a si los curas tenemos que vestir de negro o de colores, estamos perdiendo claramente el tiempo y las energías. 

En el nº 2.666 de Vida Nueva.

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