Sobre la teología de la colecta

FERNANDO VARA (correo electrónico) | Con relación a la columna ‘Teología de la colecta’, que escribía monseñor Alberto Iniesta en el nº 2.877, me gustaría matizar algo que en la misma no se consigna o puede confundir, y sobre lo que la Iglesia se ha hecho poco eco.

Seguramente somos muchos quienes realizamos aportaciones periódicas a nuestra parroquia (en mi caso, a dos), además de a otras distintas organizaciones de la Iglesia (Cáritas, Manos Unidas, San Juan de Dios, etc.). De dichas aportaciones me deduzco el 25%, que añado a posteriori como aportación adicional. Es decir, por cada 100 euros, al final son 125 los que en realidad dono.

Creo que aún existe, o al menos debería existir, la “corresponsabilidad” diocesana, en cuanto a que las iglesias “ricas” colaboran a través del fondo interdiocesano al sostenimiento adecuado de las iglesias “pobres” o más necesitadas, tal y como realizaban los primeros cristianos (“ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”, Hch 4,32)”.

Un hecho, ese de la información, en cuanto a la conveniencia de las aportaciones fijas que permitan la desgravación y consiguiente aporte adicional de lo desgravado, que no he sido capaz de oírlo en ninguna de las muchas iglesias locales que he visitado y en las que se ha pedido la aportación para ellas, interesándose más en las colectas locales llevadas a cabo con “las antiguas bandejas o actuales cestillos” que se vienen realizando en las misas y actos religiosos. Colectas estas en las que, cuando uno no aporta nada, a veces parece ser mirado con ojos inquisidores.

Qué decir de las campañas que se realizan a lo largo del año: Manos Unidas, Cáritas, Domund, etc. ¿Por qué no se insiste más en la posibilidad de desgravar ese 25% y aportarlo posteriormente como donativo adicional, en vez de depositarlo en el cestillo? ¿Acaso nos interesa conocer la “cifra” local de lo recaudado en tal o cual templo que lo recaudado en su totalidad para el destino solicitado?

De ahí que esté en total desacuerdo con lo que apunta monseñor Iniesta respecto a que sería “muy expresivo hacer la colecta levantándose los fieles, yendo en procesión a dejar su donativo delante del altar”. ¿Cómo nos sentiríamos quienes realizamos ya nuestra aportación periódica, estimada en conciencia en base a nuestras posibilidades? ¿Haríamos de tripas corazón, manteniéndonos sentados mientras el resto del personal se levanta para dar su óbolo? ¿Sería mejor para evitar la “discriminación” eliminar la aportación periódica y donarla en mano, privando a la Iglesia de recibir posteriormente ese 25% adicional por la desgravación?

Y, finalmente, ¿qué tal si los responsables de los templos, apoyados por su consejo económico, “catequizaran” adecuadamente a sus feligreses en esa dirección y, para quien libremente desee realizar su aportación, se le facilitaran cepillos a la salida del templo, como ya he venido viendo que se hace en algunas iglesias?

En el nº 2.880 de Vida Nueva

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