Sobre el soberanismo en Cataluña

ÁNGEL ALABADI SORIANO. Correo electrónico | Soy suscriptor de Vida Nueva, revista que me ayuda mucho en mi permanente formación religiosa y social. En el número 2.820 (20-26 de octubre), se aborda el tema separatista catalán. Dado que la cuestión de los nacionalismos me atrae y preocupa, desde mi limitación intelectual (no tuve posibilidad de estudios), me atrevo a exponer mis opiniones como católico que pretendo ser, así como ciudadano común.

Suscribo totalmente las respuestas del presidente de la Tarraconense, Jaume Pujol, y difiero considerablemente de otras opiniones de hermanos en la fe. Desde la base esencial que nos debe caracterizar a los cristianos, el amor, ruego al Señor que no permita que caigamos en otro “nacionalcatolicismo”.

No quiero entrar en polémicas, a las que nuestra limitada condición humana es tan propensa, pero, por favor, no pretendamos servirnos de Dios para defender nuestras ideas. Leo del Evangelio: “Dijo uno del público a Jesús: ‘Maestro, dile a mi hermano que reparta la hacienda conmigo’. Él le contestó: ‘Hombre, ¿quién me ha nombrado juez entre vosotros?’”. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

Como ciudadano, pienso que, partiendo de que toda generalización es injusta, hemos de admitir que cada pueblo, ciudad o nación se caracteriza por determinadas virtudes y también defectos, por lo que, en positivo, todos debemos aprender “del otro”. No podemos ignorar hoy que todos somos ciudadanos de esta “nave espacial” llamada Tierra, lo cual nos obliga a adaptar nuestras ideas y sentimientos localistas.

Es verdad que la historia es elemento esencial de cada pueblo, pero no lo es menos que la misma varía dependiendo de quién la cuenta. Chesterton dejó dicho: “Nadie cambió tanto el curso de la historia como los historiadores”.

Respecto al nacionalismo, el estadista alemán Helmut Kohl, uno de los mayores impulsores de la Unión Europea, en las fechas en las que se debatía la creación de la moneda única, dijo: “Es preciso que todos nos esforcemos en alcanzar el acuerdo, pues si fracasamos volverán los nacionalismos y, estos, ya se sabe, son la guerra”. Supongo que el que fue el primer canciller de la Alemania reunificada vivió aquellos tiempos de enfervorizadas y multitudinarias manifestaciones repletas de banderas en exaltación de la raza aria que cautivaron a una mayoría del trabajador y culto pueblo alemán.

Somos muchos, creo que muchísimos, los que, desde nuestras lógicas diferencias, admiramos al pueblo catalán, con el que nos sentimos copartícipes de una larga historia común, por lo que nos duele el empeño de los grupos obcecados en la ruptura avivando el sentimiento de superioridad, que es el móvil de todo sentir nacionalista, colocando a este en el máximo de la escala de valores humanos.

Creo que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan y el futuro no está en el particularismo localista, sino en la riqueza del mestizaje, que mañana ya nada ni nadie podrá detener.

En el nº 2.822 de Vida Nueva.

Pueden enviar sus cartas con sugerencias o comentarios a: director.vidanueva@ppc-editorial.com

Compartir