Sobre el rito para celebrar la misa

Rito-misa(Jesús Espeja, op- teólogo) Según Vida Nueva (nº 2.671), “crece la celebración de la misa por el rito extraordinario” en España. Y “es mejor aceptado entre sacerdotes y laicos jóvenes que ni siquiera saben latín”. Mira por dónde, quienes durante años impartimos cursos en esa lengua muerta, y ante la reforma conciliar tuvimos que guardar nuestros apuntes, vamos a encontrar salida. Nos costó mucho cambiar la orientación del altar e iniciar las misas concelebradas. Vida Nueva transcribe el diagnóstico de un liturgista: “Hemos dado marcha atrás 50 años”. Y sobre la juventud de quienes optan por ese rito, dice: “No creo que hayan realizado una reflexión profunda sobre el tema; tengo la sensación de que lo único que les atrae de este tipo de misa son los oropeles, el boato, el revestirse de dorado…”. ¿Qué significado puede tener este fenómeno? Hay que reflexionar seriamente para no quedarnos en descalificaciones mutuas dentro de la Iglesia. Sugiero unos puntos:

Jesús-Espeja1. En la Constitución sobre Liturgia, el Vaticano II unió dos preocupaciones: la de los especialistas que buscaban una reforma capaz de manifestar la presencia del misterio en palabras, gestos y símbolos litúrgicos; y la de los animadores de las comunidades, preocupados de que los fieles entiendan, participen y descubran en la celebración alimento para su conducta. El documento deja claro el puesto central de la liturgia en la vida cristiana y marca los cauces para una verdadera reforma. Supuso un cambio como no se había dado en cuatrocientos años.

2. Dicha Constitución afirma que el celo por promover y reformar la liturgia “se considera con razón como un signo de las disposiciones providenciales de Dios sobre nuestro tiempo, como el paso del Espíritu Santo por la Iglesia” (n.43). En esta reforma se han dado pasos muy positivos e indiscutibles: una celebración más comprensible y participativa. Ya está bien de no ver más que las deformaciones, muchas veces inevitables en cualquier proceso de reforma. Sin embargo, con frecuencia en el posconcilio, la celebración litúrgica vino siendo espacio, y hasta campo de batalla, de posiciones ideológicas enfrentadas en el ámbito sociopolítico y en la orientación de la teología. Sería lamentable atizar este enfrentamiento.

3. Según el Concilio, la liturgia representa y actualiza la historia de salvación, cuyo centro es Jesucristo. En la celebración litúrgica, “Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados”; se da un encuentro interpersonal y comunitario; es una confesión pública de la fe. Ahí está presente Jesucristo, “que asocia siempre consigo a su amadísima esposa que es la Iglesia” y todos los bautizados, que gracias al “Espíritu de adopción se convierten en los verdaderos adoradores que el Padre busca” (nn.6-7). Se comprende que la reforma litúrgica supone una visión de la Iglesia como pueblo de Dios, todo él animado por el Espíritu, y superar así una clericalización tan antievangélica como nefasta y trasnochada.

4. La visión conciliar de la liturgia incluye dos aspectos. Primero: es obra de Dios en Jesucristo, irrupción gratuita de lo divino en lo humano, encarnación de una trascendencia que nos desborda. Entonces, para una celebración verdadera, es imprescindible acoger el misterio. Segundo: para responder a esa autocomunicación gratuita, los cristianos deben asistir “a este misterio de fe” no como meros espectadores, “sino que, comprendiéndolo bien través de ritos y oraciones, participen consciente, activa y piadosamente en la acción sagrada” (n.48).

5. En el Concilio, la Iglesia no pretendió “imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda comunidad”(n.37). Es natural que, siguiendo esta orientación, Benedicto XVI no se cierre a esa pluralidad. Pero ahí no está el problema. Los interrogantes vienen de los aspectos indicados antes. Primero: ¿no habremos olvidado que la liturgia, ante todo, es misterio, autocomunicación de Dios en Jesucristo que sólo podemos vislumbrar con admiración y celebrar en un lenguaje simbólico? Tal vez ese olvido explique, en parte, por qué hoy algunos, tocados por la nostalgia del misterio, añoren una celebración de la misa en lengua desconocida y presidida por un sacerdote que, de espaldas al pueblo, entre solo en el “sancta sanctorum”. Una deformación ciertamente, pero no del todo injustificada. Segundo: la reforma conciliar buscaba una participación “consciente y activa”. Eso suponía un crecimiento en la fe como encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo. Es sin duda la prioridad para la renovación de la Iglesia. Y el interrogante que debemos hacernos al optar por un rito u otro.

En el nº 2.674 de Vida Nueva.

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