Sí a la ley de muerte digna, no a su trampa

(Vida Nueva) El Gobierno acaba de anunciar una nueva ley sobre cuidados paliativos y muerte digna. ¿Qué aspectos deberían contemplarse para no abrir la puerta a la eutanasia? Reflexionan sobre este tema el profesor Francisco Alarcos y el obispo Mario Iceta.

El anuncio de una ley con diferentes escenarios

(Francisco José Alarcos Martínez– Profesor de Teología Moral en la Facultad de Teología de Granada y director de la Cátedra Andaluza de Bioética) El Gobierno acaba de anunciar una ley de cuidados paliativos y muerte digna para marzo. Lo primero que habría que hacer es clarificar con rigor los términos que empleamos en el final de la vida, cuestión que ya reclamaba el Comité para la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española en 1993 (La eutanasia: 100 preguntas y respuestas). Cuando al preguntarse si era especialmente importante el significado de las palabras en esta materia, afirmaba que “es de extrema importancia”. Habría, entonces, que distinguir cinco escenarios que, con demasiada frecuencia, se confunden: eutanasia, suicidio asistido, limitación del esfuerzo terapéutico, rechazo de tratamiento y sedación paliativa terminal y en la agonía.

En el primer escenario, lo más importante es clarificar que la palabra eutanasia se refiere a aquellas actuaciones que reúnen estas condiciones: producen la muerte de los pacientes, es decir, que la causan de forma directa mediante una relación causa-efecto única e inmediata; se realizan a petición expresa y reiterada en el tiempo del paciente, debidamente informado y con capacidad para ello; existe, además, un contexto de sufrimiento, entendido como “dolor total”, que no ha podido ser mitigado por otros medios, por tratarse de una enfermedad incurable; por último, dichas actuaciones son realizadas por profesionales sanitarios.

El segundo escenario se da cuando, en este mismo contexto, la actuación del profesional se limita a proporcionar al paciente los medios para que sea él mismo quien se produzca la muerte; se habla entonces de suicidio médicamente asistido o suicidio asistido. Cuando ni siquiera existe el consentimiento informado expreso del paciente, la actuación del profesional debe ser etiquetada como homicidio. Por ello, las expresiones como “eutanasia voluntaria” e “involuntaria”, “eutanasia directa” o “indirecta”, “activa” o “pasiva” son términos que pueden llevar a la confusión.

Ante la eutanasia y el suicidio asistido, la posición moral de la Iglesia católica y del resto de grandes tradiciones religiosas es de rechazo y condena. Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium Vitae, afirma que uno y otro son “una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana”.

El tercer escenario es la limitación del esfuerzo terapéutico (LET). Se entiende por tal la retirada o no inicio de medidas terapéuticas de soporte vital porque, a juicio del profesional médico, y a partir de los datos clínicos de la situación concreta del paciente, tales medidas son inútiles o fútiles; sólo servirán para prolongarle la vida de manera artificial en un proceso que es ya irreversible. Ante este escenario, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1980, afirmaba: “Es también lícito interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos”.

El cuarto escenario, el del rechazo de tratamiento, está estrechamente vinculado al consentimiento informado, en el que actualmente se sostienen todas las relaciones sanitarias. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el nº 2278, afirma: “La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima… Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad, o si no, por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente”.

El quinto escenario, el de la sedación paliativa terminal y en la agonía, forma parte de la buena práctica en cuidados paliativos, los cuales son reclamados por la Iglesia en el nº 2279 del Catecismo: “El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados”.

Si el anuncio de la nueva ley no contempla los dos primeros escenarios y se sitúa prudentemente en los tres últimos para profundizar en ellos, contará con un amplio consenso social y un alto apoyo moral. Si utiliza los tres escenarios finales para abrir la puerta a la eutanasia y al suicidio asistido, encontrará muchas resistencias, pues la disponibilidad de la vida personal nunca puede ser transferida ni moral, ni jurídicamente.

Los cuidados paliativos, respuesta a la enfermedad terminal

(Mario Iceta– Obispo de Bilbao, doctor en Medicina y Cirugía y experto en Bioética y Ética Médica) Para abordar la cuestión acerca de los últimos compases de la vida, particularmente en situación de enfermedad terminal, es necesario situarnos en una perspectiva adecuada que parte, inexorablemente, de conocer la verdad profunda del hombre y de su existencia. No es posible captar la riqueza insondable y la dignidad de cada persona si no es a la luz del amor. Es en la experiencia amorosa donde se revela la irreducible originalidad de cada persona concreta. Ser persona es el modo de ser característico del hombre. Y ser persona quiere decir estar constitutivamente abiertos a la trascendencia y vueltos e inclinados a la comunión con Dios y con los demás. Cada uno de nosotros es un don en sí y para los demás.

El sufrimiento, la enfermedad y la muerte constituyen un misterio que apenas alcanzamos a comprender, pero que, de un modo u otro, a todos nos afecta. Pero también surge en nosotros la experiencia de que son realidades que, vividas bajo la mirada de Dios, que es amor, lejos de dañar la dignidad del hombre y de su libertad, constituyen una ocasión excepcional en la que se nos revela la grandeza de nuestra existencia.

La concepción de la Medicina como ayuda, tutela y promoción de la vida adquiere el nuevo sentido de la diaconía. La raíz última que da sentido a toda profesión sanitaria es el compromiso por servir, promocionar y tutelar la vida humana, de modo particular aquélla más débil y necesitada. Con respecto a las situaciones de enfermedad incurable o terminal, este compromiso ético se concreta en la excelencia técnica, moral y humana de lo que se conoce como Medicina paliativa. Los cuidados paliativos constituyen la respuesta adecuada a la enfermedad incurable y terminal. Consisten en una nueva filosofía de la curación y del cuidado. Proporciona una ayuda integral al paciente (médica, psicológica, social y espiritual), de la familia y del entorno. Procura cuidar, asimismo, a los cuidadores. Proporciona una asistencia no tan sólo hospitalaria, sino, en la medida de lo posible, también domiciliaria. Es una Medicina eminentemente interdisciplinar, de una alta cualificación científica y ética. Todavía queda mucho camino por recorrer para que esta nueva concepción del curar y del cuidar esté plenamente desarrollada en nuestro sistema sanitario y en el conjunto de nuestra sociedad.

Ante la enfermedad terminal o incurable existen, a mi modo de ver, dos respuestas que se sitúan fuera del ámbito de la Medicina. Tales respuestas son la obstinación terapéutica y la eutanasia. Por un lado, debe rechazarse, por inadecuado, lo que se conoce como obstinación terapéutica. Con esta acepción se quiere designar la actitud del médico que, ante la certeza moral que le dan sus conocimientos de que los tratamientos aplicados ya no proporcionan beneficio al enfermo, no procede a su suspensión, sino que se obstina en continuar o proponer nuevos procedimientos en contra de lo que un adecuado juicio prudencial y la experiencia médica aconsejan. La obstinación terapéutica alarga inútilmente la agonía de un enfermo en estado terminal o mortifica innecesariamente a un enfermo incurable.

En el otro extremo se sitúa la eutanasia. Ésta constituye, asimismo, una respuesta inadecuada a la enfermedad terminal. La eutanasia constituye una acción u omisión que, por su naturaleza y en la intención, causa la muerte. La Asociación Médica Mundial la define como “el acto deliberado de dar fin a la vida de un paciente, ya sea por propio requerimiento o a petición de sus familiares” (AMM, 1987). En último término, la eutanasia se sitúa fuera del ámbito y objetivos de la Medicina y significa su propia claudicación. Además, sitúa al profesional sanitario en un ámbito que no le corresponde: decidir sobre la vida y la muerte. La eutanasia debilita la confianza entre el paciente y el médico. Fomenta la sensación de carga en el paciente. La eutanasia, en definitiva, propone la muerte como respuesta razonable ante la enfermedad incurable o terminal.

Para concluir, quisiera recordar el famoso aforismo que fundamenta el quehacer de los profesionales de la salud: curar, al menos aliviar, siempre consolar y nunca abandonar. Los cuidados paliativos constituyen, a mi modo de ver, la respuesta adecuada, digna y deseable de la Medicina ante el ocaso de la vida de toda persona y, de modo particular, en las situaciones de enfermedad terminal.

En el nº 2.733 de Vida Nueva.

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