Ser discípulos para ser misioneros

CIRIACO BENAVENTE MATEOS | Obispo de Albacete

“La inquietud por la evangelización que vemos despertar en la Iglesia tampoco se debe al deseo de recuperar posiciones de poder o de influencia perdidas, que atrás quedaron en buena hora. Es fruto del amor a Dios y a nuestros hermanos los hombres”.

He ojeado diferentes programaciones pastorales diocesanas. En todas está muy viva la preocupación por la evangelización. Formulado de una u otra manera, se pretende una renovación profunda que empieza por el interior mismo de la Iglesia. Esto de empezar por nosotros mismos no es narcisismo, ni un giro hacia la interioridad en un momento en que las cuestiones urgentes de la paz, la justicia y la libertad reclaman un compromiso inaplazable. Lo dejó claro Benedicto XVI en Aparecida.

Obedece a la certeza de que el primero y más eficaz anuncio del Evangelio es la vida misma del evangelizador, que la Iglesia si quiere ser evangelizadora, ha recomenzar por evangelizarse a sí misma (Pablo VI).

v, del convencimiento de que Dios ha manifestado en Cristo un proyecto para el hombre, y que este solo se realizará en toda su verdad y plenitud en la medida en que responda al mismo. O dicho de otro modo: lo mejor para el hombre es lo que Dios quiere para él.

Infunde esperanza esta sensibilidad creciente por la evangelización. Es señal de que nuestra Iglesia es consciente de la llamada que no está llegando del Señor y de la realidad misma que tenemos delante. El beato Juan Pablo II, cuando empezó a hablar de la Nueva Evangelización, calificó el del momento presente como uno de los mayores desafíos que la Iglesia había conocido en su historia.

Luego, los logros se nos quedarán, como suele suceder, más cortos que nuestras opciones. O no, si hacemos de nuestra vida disponibilidad total y gozosa a lo que el Señor nos pide en esta hora.

En el nº 2.772 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir