Semana Santa: el altar y la calle

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Se extrañaban las gentes del heroísmo de los mártires, que daban su vida en las calles y en las plazas. San Agustín ofrecía la explicación: estos testigos de la fidelidad a Jesucristo, hacen por la tarde en la plaza lo que por la mañana han hecho en el altar, ofreciéndose por completo a la causa del Evangelio.

Se dice que la Semana Santa hay que vivirla con todos los sentidos. Nos acercamos, sí, al misterio de Cristo para ver sus gestos, su rostro herido… Oír sus palabras, que hablan de sumisión a la voluntad de Dios, tocar las heridas en el cuerpo santo del Señor y hacer nuestro su dolor en el dolor de tantos hermanos que sienten el peso diario de la cruz…

¿Y por qué tenemos que salir al encuentro de Jesucristo? ¿Por qué estar en la calle aclamando al que viene en el nombre del Señor? ¿Es que la fe y la religión no son un asunto estrictamente privado? La fe, sin obras, está muerta. Porque la fe es vida. Y la vida se expresa en las acciones de cada día, en el amor a las personas, en el honor a Dios en el que se cree. Ni se puede honrar con los labios y negar con el corazón –que sería hipocresía–, ni pensar en dar culto a Dios solamente en el interior del sentimiento de cada uno, sin expresar ese amor en gestos y acciones que signifiquen una incondicional fidelidad al Evangelio de Jesucristo. Hay que salir de uno mismo para transcender a lo que va revelando la fe.

Caminamos hacia la Pascua. Y, mientras caminamos, rezamos. Es decir, escuchamos la palabra de Dios, que nos habla en su Hijo Jesucristo. No podíamos encontrar un lenguaje más elocuente. Pero bien sabemos que ese lenguaje solamente lo comprenden los sencillos y los humildes. Miremos con los ojos de la fe y la sinceridad del corazón los misterios que vamos a celebrar estos días.

Hemos salido a ver a Cristo. Que nada nos lo impida. Que todos los signos e imágenes nos lo faciliten. Lo impiden: la desnaturalización de la fiesta religiosa con los pretendidos reduccionismos culturalistas y el olvido de lo religioso para convertirlo en fiesta de primavera; la superficialidad, que se queda en el adorno, ciertamente bello, pero sin ahondar en la fe, que es el único motivo que lo explica todo; la separación entre liturgia del templo y la celebración en la calle, entre lo que es la Buena Noticia de Jesucristo.

Estos son unos días para leer, meditar, contemplar. Dios se ha puesto a nuestro lado hecho hombre. Son momentos especiales para el recuerdo de las acciones de Jesucristo. La memoria de su Pasión, Muerte y Resurrección. Sin Cristo, nada tendría sentido ni justificación. Pero, con Cristo, todo nos habla de Él. Todo es bello, pero lo es gracias al rostro de Cristo, que se refleja en los misterios que celebramos.

En el nº 2.935 de Vida Nueva

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