Seguimos tirando muertos a la cara

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Me cuentan dos anécdotas de la Historia General del odio en España; simples gotas en un océano. La primera es de una madrugada de 1936. Escuadrones de la muerte zarandean y amordazan a un sacerdote. Lo fusilan aduciendo que es enemigo del mismo pueblo al que  alimentó y enseñó a vivir. Su cuerpo fue a parar a un fosa ya rebosante de carne y sangraza. Para encontrarlo no hizo falta ADN, porque su viejo rosario estaba junto a la osamenta. La segunda es de una anochecida de 1939 en una ciudad levítica. Jóvenes de bigote fino, boina roja y camisa azul, buscan al poeta que solía leer poemas el Día del Árbol. Amordazado, con los ojos vendados y con sus órganos genitales cortados, es fusilado en la tapia del cementerio y metido en una fosa. Ambos fueron registrados en sus parroquias; el primero, fuera de plazo. Su cuerpo fue exhumado y hoy lleva el nombre en el nomenclator callejero por iniciativa del alcalde socialista. El segundo fue exhumado hace poco, gracias a la nueva Ley de la Memoria Histórica. Su nombre rotula un Centro de Adultos. Han pasado años, pero el odio sigue teniendo el mismo sabor. Ahora es Garzón quien pide a la Iglesia que repase esos archivos. El superjuez, que no da puntada sin hilo, parece que busca demostrar la imposibilidad de la hazaña para archivar el caso. Ya llevamos mucho tiempo tirándonos los muertos a la cara: los de un lado, 40 años, y los de otro, casi los mismos. ¡Basta ya de la tétrica aritmética! Así lo esperan quienes, con sangre en ambos lados, quieren olvidar aquella locura que ni empezó en 1936 ni acabó en 1939. Es peligroso reabrir con decretos y a manotazos, un desgarro ya cauterizado.

Publicado en el nº 2.627 de Vida Nueva (Del 13 al 19 de septiembre de 2008).

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