GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
“La Cuaresma es una hermosa parábola de la vida misma. No tenemos más que emprender el camino…”.
La vida es camino y el hombre caminante. La Cuaresma nos recuerda, cada año, esta verdad de la condición humana. Estamos en el camino y vamos a la meta, que es la Pascua del Señor.
Como Abraham salió de su tierra y de su casa, como Israel salió de Egipto, como María y los apóstoles lo dejaron todo para seguir a Jesús, así los cristianos estamos llamados a salir de nosotros mismos y de la realidad que muchas veces nos oprime para sentirnos libres en el camino que es eso solo, camino, medio hacia la patria definitiva.
Del camino y en el camino podemos aprender muchas cosas. La primera, a vivir en lo esencial y con lo esencial. Son tantas las cosas que nos sobran y hacen el camino menos ligero… Son cosas que nos ocupan y nos preocupan, ocultando la belleza de lo que contemplamos y vivimos. Vivir en lo esencial hace al caminante más libre.
El camino tiene mucho de memoria, memoria que no es añoranza que esteriliza, sino mirada confiada al futuro. El caminante debe saber por qué salió y hacia dónde va. El presente no lo esclaviza porque sabe de dónde viene y a dónde va.
Un peregrino no se para, aunque descanse. En la vida espiritual, pararse es ir hacia atrás. La vida en el Espíritu no permite la acomodación, ni la tentación de pensar que ya se ha conseguido todo. El cristiano es camino de perfección que se desinstala a sí mismo, que le hace a uno empezar de nuevo.
El camino no tiene puertas, es abierto y siempre novedoso. El caminante vive con pasión, porque no hay búsqueda verdadera sin pasión, sin poner mucho de nosotros mismos. En el caso de los cristianos, no hacemos solos el camino; con nosotros viene el Señor y los hermanos.
La Cuaresma es una hermosa parábola de la vida misma. No tenemos más que emprender el camino, porque, como dice el poeta, “se hace camino al andar”.
En el nº 2.887 de Vida Nueva
