Saramago y la Biblia: la ignorancia es atrevida

(Guzmán Pérez Montiel, salesiano- Sevilla) Todos tenemos algo o mucho de ignorantes. Además, suele ocurrir que el ignorante de más rango es el que más habla, de cualquier cosa, sobre todo de lo que menos sabe. Y eso que dicen que “de lo que no se sabe es mejor callar”. Leyendo la prensa hace un par de días, deduje que a José Saramago no le han explicado esto en su larga vida (a punto está de cumplir 87 años). Es uno de los escritores contemporáneos más leídos y reconocidos. En 1998 le concedieron el Premio Nobel de Literatura. Y a mí personalmente me encandiló con su Ensayo sobre la ceguera, una de mis novelas favoritas. Pero, vistas sus últimas declaraciones, ha demostrado que puede llegar a ser un ignorante. Y de los más atrevidos.

Ateo reconocido como es, ha tenido a bien publicar una novela que recrea (muy libremente) la historia bíblica de Caín y Abel. Al presentar su libro, ha dicho que “la novela defiende a los que han muerto por culpa de lo que está escrito en la Biblia”. Ciertamente, han sido muchos los muertos por motivos religiosos a lo largo de la historia. Pero más bien tendría que decir que han muerto por una interpretación errónea de la Biblia. Porque la Biblia, que para el creyente es Palabra de Dios, es también palabra humana, palabra que refleja la experiencia de fe de un pueblo a lo largo de la historia. Y que refleja dicha experiencia de muchos modos, por medio de muchos géneros literarios. Géneros que un escritor tan renombrado como Saramago seguramente conoce de sobra.

O debería. Porque no tiene nada que ver el relato de la pasión de Jesucristo en los Evangelios, por ejemplo, con la recreación simbólica y alegórica que hace el libro del Génesis sobre el origen del mundo, sobre la libertad y el mal entre los hombres, o sobre el pecado.

Pero a Saramago, que dice no entender el personaje de Caín, no se le ocurre otra cosa que afirmar que éste mató a su hermano “por culpa de Dios”, y que, por tanto, “Dios es el autor intelectual del fratricidio”. Menuda chorrada. En primer lugar, da la impresión, entonces, de que este ateo está hablando como si Dios existiera. Y, por otra parte, ignora totalmente que esa Iglesia a la que califica de “neomedieval” ha avanzado mucho —gracias a Dios— en la interpretación de la Biblia. Me atrevo a decir que bastante más que él en las motivaciones de su ateísmo, lleno de tópicos. Porque decir que “la Biblia es un manual de malas costumbres sin el cual seríamos mejores personas” es tener muy poca idea de lo que es este libro y, al mismo tiempo, despreciar la experiencia de muchos miles de creyentes que tienen en la Biblia –correctamente interpretada— su motivación y estímulo para ser mejores personas.

Sinceramente, esperaba mucho más de este admirado literato. Simplemente que callara sobre aquello que no sabe. O, al menos, que no se hiciera el “interesante” con esas argumentaciones simplonas sobre uno de los legados más importantes de nuestra cultura y nuestra fe. Porque no veo en ellas ni un atisbo de esa “inteligencia viva” de la que presume, y con la que dice combatir “la insolencia reaccionaria de la Iglesia”. Si esas afirmaciones le hacen vender más libros, allá él. Mientras tanto, yo le pediré a Dios que “ponga un centinela a la puerta de sus labios” (Sal 141, 3), y le haga decir sólo aquello que nos ayude a ser mejores personas. Porque “aunque tenga oro y perlas en cantidad, lo más precioso son unos labios sensatos” (Prov 20, 15).

En el nº 2.681 de Vida Nueva.

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