Santos bien vivos

(Alberto Iniesta– Obispo auxiliar emérito de Madrid)


“En el caso de nuestra iconografía, a la luz de la fe se trata no solamente de seres que existieron y vivieron en su época, sino que viven y subsisten para siempre, no sólo como entonces, sino en una plenitud incomparablemente mayor. Hay, por tanto, como una convivencia universal y eterna en torno a Cristo”

Es admirable comprobar cómo el mundo del teatro, del cine o de la ópera trata a sus personajes para darles el mayor realismo y la mayor verosimilitud, aunque todos sepamos que son meros frutos de la imaginación.

Sin negar que todos habremos vivido grandes experiencias gracias a ese mundo de la fantasía, el arte y la belleza, aun así, cuando pasamos al campo de la Iglesia y de su historia, hay que dar un salto cualitativo de distancia infinita. Aquí siempre se trata de la realidad y se busca la verdad, salvo en el caso de leyendas populares, bien conocidas, por otra parte. A lo largo de veinte siglos, hay cientos y miles de vidas históricamente bien conocidas.

Así, sabemos por propia confesión de santo Tomás de Aquino que no pudo terminar la Suma Teológica porque en la Misa del día de san Nicolás de 1274 tuvo una visión que le hizo sentir que todo lo que había escrito hasta entonces era como paja.

Es conmovedor leer sus experiencias y sus confidencias, palpitantes de amor a Cristo y a sus hermanos, como las Confesiones de san Agustín, la Vida de santa Teresa de Jesús o la de la otra Teresa, la de Calcuta.

Pero en el caso de nuestra iconografía, a la luz de la fe se trata no solamente de seres que existieron y vivieron en su época, sino que viven y subsisten para siempre, no sólo como entonces, sino en una plenitud incomparablemente mayor. Hay, por tanto, como una convivencia universal y eterna en torno a Cristo, la cual no deja de aumentar continuamente.

Todo esto dicho, a pesar de que por principio no podemos contar aquí la muchedumbre de los santos anónimos, que serán la inmensa mayoría; aquéllos que simplemente vivieron día a día cumpliendo la voluntad de Dios.

Y aun así, lo más admirable de todo es que ese maravilloso mundo de la gloria no se ha fabricado de cristal, sino de barro; no con santos, sino con pecadores, como dijo Jesús y reconoce la Iglesia.

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.728 de Vida Nueva.

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