Samaritanos en Barajas

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Corrieron como gacelas por los campos de Barajas olvidándose de sí mismos y lanzándose a la incertidumbre, sin saber qué iban a encontrar, qué iban a curar, qué iban a salvar. Dejaron lo que traían entre manos aquel mediodía de verano y se lanzaron a la incertidumbre exponiendo sus propias vidas. Les llamaba la sangre. La película que se veía desde los ventanales de la T-4 de Barajas intuía el horror. Aquella tarde del 20 de agosto fueron muchos los que se lanzaron para salvar vidas en medio del dantesco espectáculo que se abría a sus ojos cuando el espeso humo se disipaba, los rastrojos de hierbas secas iban mostrando el panorama de carne churrascada y por entre los amasijos se escuchaban lamentos enfebrecidos de voces moribundas. Aquello era un inmenso crematorio. Cada vida que salvaban era un universo que nacía de nuevo, aunque la muerte rondara en derredor. Se conformaban con sacar un hilo de vida. La angustia se les metía en la garganta creyendo que la labor fue baldía, que todo el esfuerzo había sido en vano. Médicos, enfermeros, bomberos, sacerdotes, policía y gentes de Cruz Roja o Protección Civil y muchos más personajes anónimos. Nuevos samaritanos de hoy en las encrucijadas del dolor. Merecen un homenaje por curar las heridas y echar una manta de solidaridad sobre los cadáveres. A cambio, noches de insomnio, imágenes en la retina que tardarán en olvidar y un sentimiento de impotencia atroz. Desde la televisión el mundo adivinaba su coraje. Una madre ejemplifica la tragedia de dolor y solidaridad. Vuelve a dar a luz a su hijo, lo salva, aunque ella muera. El ser humano no deja de sorprendernos.

Publicado en el nº 2.625 de Vida Nueva (Del 30 de agosto al 5 de septiembre de 2008).

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