Réquiem por las conferencias climáticas

Contaminación-China(Ángel Galindo García– Catedrático de Teología Moral (Universidad Pontificia de Salamanca) Desde la aparición del Protocolo de Kyoto se han sucedido varios encuentros para adaptar ese documento de acción a las necesidades y propuestas de diversos países. Barcelona, durante la Conferencia celebrada en noviembre pasado, acogió a más de 4.000 delegados internacionales para llegar a un texto de acuerdo en la Conferencia de las Partes COP15, que se ha celebrado hace unas semanas en Copenhague, la capital de Dinamarca.

angel-galindoSon conocidos la falta de acuerdo y el fracaso de ambas conferencias. Se intentaba llegar a un texto acordado internacionalmente en materia de lucha contra el cambio climático más allá del 2012, cuando expira el Protocolo de Kyoto. La tensión entre el grupo China77 y otros grupos presentes en Barcelona y Copenhague dieron al traste con el acuerdo. Los encuentros posteriores entre el presidente de los Estados Unidos y el de China quisieron quitar hierro al enfrentamiento y llegar a un acuerdo entre ellos prescindiendo en lo posible de los países pobres.

Consideremos algunas razones que justifican el título de este escrito y reflejan el eco de mi experiencia como especialista observador en la Conferencia de Barcelona. Quien haya leído el Protocolo de Kyoto habrá observado que no hay en él alusión alguna a las causas éticas que están deteriorando el medio ambiente ni referencias a la fuerza antropológica que ha de mover las acciones ante el cambio climático. En la Conferencia de Barcelona, la consideración de ‘la persona humana’ y de los valores éticos no ocuparon lugar alguno en el proceso de la elaboración del texto deseado, donde sí predominan los elementos técnicos de solución.

Los acuerdos deseados en Barcelona y en Copenhague debían ser más ambiciosos que el de Kyoto desde el punto de vista de los países afectados y de la cantidad de emisiones a reducir. Así, se querían establecer cuatro bloques en la negociación: la disminución de las emisiones contaminantes, la adaptación de las diversas regiones y países del mundo, la transferencia de tecnología de unos países a otros y la financiación compartida.

Fue curioso observar en estos encuentros de Barcelona y Copenhague cómo, paralelamente a la redacción del texto definitivo por los representantes de los países, se desarrollaban otras conversaciones y acuerdos entre los empresarios y representantes financieros de esas naciones. Daba la impresión de estar en un mercado en el que los mercaderes observaban las conclusiones de los políticos para iniciar acuerdos mercantiles con intereses nacionalistas más que globales.

Es cierto que algunos grupos y ONG, preocupados por una acción común ante el cambio climático, ofrecían propuestas para hacer una tierra más habitable. Pero, incluso en esos casos, la imagen del hombre que se quiere salvar y de la naturaleza que se quiere respetar brillaba por su ausencia. En todo caso, la fuerza de los poderosos, de los intereses económicos y el miedo a perder un puesto en las próximas conferencias pesaba como una losa en los participantes.

El camino de solución debería pasar por considerar al ser humano como centro de este problema. Para ello, es necesario considerar principios de ética común a todos: la promoción del bien común; ser consciente de la responsabilidad y urgencia del cambio de modelos de producción y de consumo; no olvidar el principio de solidaridad y de subsidiaridad, de equidad intergeneracional, de justicia social y de acceso a los bienes primarios; y, como Benedicto XVI ha recordado en el mensaje de la última Jornada de la Paz, “la salvaguardia de la creación exige la adopción de estilos de vida sobrios y responsables, sobre todo hacia los pobres y las generaciones futuras”.

Centralidad de la persona

Asimismo, su última encíclica, Caritas in veritate, hace varias propuestas que pueden ser aceptadas por todos los hombres de buena voluntad a favor de una consideración de la naturaleza que el hombre ha de cuidar y salvaguardar. El centralismo de la persona en estas consideraciones pontificias y la necesidad de los valores éticos serán necesarios si queremos hacer un medio ambiente que todos podamos gozar y cuidar. La sociedad civil deberá arrancar la solución de las garras de los poderes incontrolados e incapaces de dar una respuesta humana y ética, y deberá tener en cuenta que nunca se ha de considerar la naturaleza más importante que a la persona misma.

En definitiva, la atención a la ecología de la naturaleza no deberá olvidar la preocupación por la ‘ecología humana’. Tras vivir desde dentro la Conferencia de Barcelona, si sigue predominando la ley del más fuerte y no se tienen en cuenta los principios éticos en la consideración del medio ambiente, debemos ir preparando el réquiem por las próximas conferencias climáticas.

En el nº 2.694 de Vida Nueva.

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